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112 Vicente Muiiiz Rodríguez «La divinidad (&s0-::·r¡:;) es una providencia que lo contempla todo, que en su bondad perfecta penetra todas las cosas y las contiene todas a la vez: la providencia que teniendo plenitud en sí misma supera en emi– nencia y dignidad a todas las cosas que de ella gozan». Observamos, a simple vista ya, que en este germen de significación se hallan situados los siguientes conceptos: bondad (ri-px&ó-::,¡:;), providencia (,:poVGw), pleni– tud divina (á,:o,:l,¡ooo'.w., b,:soé 1 o'J'Ja.) e inmanencia por parte de Dios en todas las cosas (,:s,;t!}éo'.Jaa., ,:;~•1é·~o:i,:;a.). ' ¡_ Primera ley que rige el sistema ontológico dionisíaco es el de la Trans- cendencia. También t}só,r¡:; se ve sometido a tal ley. La divinidad trans– ciende toda sustancia, sea inteligente o razón discursiva 212 • Esta Trans– cendencia importa una indemostrabilidad racional de la esencia divina (ci·pima[a.), una sabia y docta ignorancia por parte de la mente humana, compensada tan sólo por otra regla nunca excluida en la especulación areopagita: comprender de Dios, sólo lo que el mismo Dios revela de Sí Mismo a través de la tradición o de los escritos santos. Pero esta Trans– cendencia no resulta óbice para que todo lo creado se sienta penetrado, circundado y contenido en la divinidad. Y dando sentido a la Transcen– dencia e inmanencia divinas, la bondad (<iTa./hí-cr¡:;) y la sabiduría provi– dencial (';;:póvow). De este germen significativo básico, CH y EH ponen en relevancia la Transcendencia de &so,,¡:; y la universalidad de su provi- 212 Así. la ya citada expresión: <<-:O ¡tlp cl·Pzl -¡:(l,;-:m•; so-:rv r¡ ~-¡:sp --;.Q slYal ih~ó·•cf¡;;. •Ya que el ser de todas las cosas es aquella divinidad que supera el ser», en CH IV 1 D32 (177d). Igualmente todos los pasajes en que viene calificado por (Cit. en la nota 207l. En DN, encontramos la regla sagrada que establece la transcen– dencia divina sobre todo espíritu, razón o inteligencia y enuncia una ignorancia de la supersustancialidad divina. Son dos pasajes prácticamente paralelos que se repiten en sus ideas: <<xa.ttr.D,ou -:oqae~~v ?G _-ro/.11y¡~Sovr st~sTv; º~~E ·d -:2El 7t:; ~-;:~pou:1fo:J xo:~ xp:- , ~ap~ ta H2w;ow½ 1fP·:·1, €X ,1:wv ~ts~w•;, t?"íU!J'J 1 sx-,;.s"°•201,cs•1Cz. T1¡:; 'íªP u::sp xa~ 'IO',J'I iW.t ouata•1 w.rr11; u;:2pou:1t0tY¡-cr1:; ar1w:1ta w.rr: r¡ --c:~v u;:2püuJW'i d·1r.dht::2o'I. -::o::w'.Jtov S-r:! tO d'.l~'/EÚOví:o:;, ,ocrov É?~-:::Y;:1 ÉvD{Ow:;1 ')"' 1 í:t~V fhrLp'/_ lXÜJ'i T:(,;O:; -;:a::; UT.iél)"'.'.200'( u&¡ri; -:f¡ ttctrx crwypoauvri xa~ v::n01:·r¡-::t cr~::nc/J .. o:12vo:.i:; 0 ). «En general, no conviene ser tan atrevidos como para hablar o pensar algo acerca de la supersustancial y recóndita divinidad, fuera de aquellas cosas que los oráculos sagrados divinamente nos indican. Pues la indemostrabilidad (o no conocimiento = de la divinidad supersustancial que transciende toda razón, mente y esencia, es a la que debemos atribuir esta ciencia. Y a este fin elevaremos nuestra mirada, cuanto el rayo de los oráculos teárquicos nos conceda, limitando nuestro esfuerzo respecto a los altísimos transcendentes fulgores con moderación ecuánime y con la santidad, tan conveniente cuando se trata de las cosas divinas», 588a. El otro pasaje, en 588c: sl-::sI·1 a~-::z 111/1 S·noY¡:;a{ -et -::a.pci -:'l. fhmstOtU½ -.,s,v.-a,<, ,•u. i:spt E·;, -c~l~ /,.o¡~o~ ~"íflÜ'~i:pE-::,W:; -;:a,,acilsó<llxsv. i¡ ttS·1 -;ci:i:nv 'tú; EO.. i:t í:Otc; OUCnV w:; 7:(l.'i"';:{ 1 J\ 1 ~::'Í(F'i\-1-É'i'I'¡~>. •Acerca, pues, como ya se ha dicho, de la supersustancial y recóndita divinidad, no se debe tener el atrevimiento de hablar ni de tener acto mental alguno, como no sea sobre aquello que los oráculos sagrados han manifestado. Ya que la divinidad, acerca de Ella misma, de manera conveniente a su bondad, nos ha enseñado en su revelación, que la ciencia y conocimiento de su ser es inaccesible a todas las sustan– cias, puesto que está colocada en un modo de ser supersustancial que lo transcien– de todo».
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