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50 - ción de toda exterioridad)) : nace de la naturaleza misma del sujeto en cuanto «horno nóumenornl. Pero entonces cabe repetir el argumento aducido contra la «emanación)) de la ley de causalidad : El yo, al imponers~ tal ley, ¿ lo hace libre o necesaria– mente? Si libremente, con igual derecho puede dispensarse de ella o abolirla y cambiarla por otra. Con esto desaparece el ca– rácter propio de los principios morales, de ser algo absoluto, como dice él mismo, ((indefectible)), ((incancelable)), del alma humana. Si, en cambio. lo hace necesariamente, si «la norma éti– ca suprema)) está fuera de la libertad del «yo)) autónomo, éste pierde, ipso f aélo, su autonomía y libertad «absolutas)). Del Vecchio, para probar la f~erza obligatoria de esa ley, <megación de toda exterioridad)), no aduce más argumento que apelar a un ((Sentin1iento profundo e irreduétible por el cual el sujeto es revelado a sí mismo en su propia natura– lezai¡ ( 1). Cierto es que la ley moral está grabada en la conciencia del hombre con carac1:eres indelebles; pero que esa concien– cia revela dicha obligación como proveniente del mismo su– jeto «autonómicamente)), me parece no sólo gratuito, sino totalmente falso. Precisamente el sentido común, y con él los pensadores (exceptuando a los que siguen la moral autónoma), han con– siderado siempre que tal norma es impuesta al hombre por una autoridad externa: Dios, el Es1:ado, la Iglesia, la costum– bre, etc. La historia habla bien claro en este punto (2). (r) 06. cit., p. 346. (2) Y aun el mismo Del Vecch10 parece reconocerlo así cuando escribe: «La prima rispos1a, che sí diede al tormentoso problema della giuftizia, do– vettc probabilmcnte esserc: Giuflo e quello che e voluta dagli Dei.JJ Ob. c(r., p. 332.

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