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PROLOGO E ha dicho que todo escritor deja en su obra literaria algo de su vida. Sin detenerme a examinar la exactitud o inexactitud de esta afirmación, lo cierto es que, al hacer «una limpieza general» de mis papeles, encontré entre ellos un importante número de composiciones poéticas escritas a lo largo de muchos años. Mi primera intención fue arrojarlas al fuego, convencido de que los libros de versos, editorialmente, no son muy solicitados, pero, al decidir su destrucción, confieso sinceramente, me entró una extraña tristeza: en aquellos pape– les latía algo de mi vida, un trabajo hecho con mucho cariño y con no poca ilusión. Desechado mi primer pensamiento, opté por hacer una «selección» y, sin prisa y sin pausa, puse manos a la obra. Las que, a mi parecer, estaban más logradas son fas que forman este volumen, las otras... ¡desaparecieron para siempre entre las llamas! Hecha la «selección», surgió el problema del orden que debía ocupar cada una. Pensé en el «cronológico». Era el más fácil ya que cada composición tiene la fecha del año en que fue escrita, pero esto me pareció un tanto vulgar y, al fin, me decidí por el orden «ideológico» o «temático». Según este orden, aparecen, en primer lugar, las «espiritua– les». Son las que ocupan mayor espacio. Las siguen algunos 7