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172 no fue tierra de secano, fueron tu mano y mi mano, mí Virgen de la Piedad, las que, en santa soledad mi compromiso sellaron cuando los labios callaron con eco de eternidad. AJ recordar aquel día, mi Virgen de la Piedad, la extraña serenidad con que mi alma se rendía, siento tan grande alegría, tan desbordada ternura, que sólo, desde la altura que dan los años pasados, sé que los sueños soñados son la realidad más pura. En el largo deambular por la senda de la vida tal vez sentí adormecida el ansia de caminar. (No es extraño que de andar se canse el buen caminante). Me paré... miré adelante... y Alguien, llevando una Cruz, iluminó con su luz mi caminar vacilante. Hoy, al final del camino, como cansado romero, dejar en tu altar yo quiero mi bordón de peregrino. Señora, ya me imagino lo que me queréis pedir;
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