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LA DIVINA PASTORA RA una tarde de septiembre hermosa, bella como una rosa. El cielo estaba de púrpura cubierto, los hombres en sus cosas trajinando, y un apóstol llorando, porque el templo hallábase desierto. «Sevilla, patria mía desdichada», con voz entrecortada, clamaba el misionero capuchino... Mas su voz en el templo se perdía. La multitud no oía, sentía náuseas del manjar divino. El santo misionero, contristado, el pecho acongojado, por la pena y la duda más intensa, --«Oh, María», con voz ardiente clama, y del fervor la llama crece en su corazón, cual pira inmensa. Luz misteriosa el aposento inunda, de claridad profunda, y la Virgen, vestida de pastora, con pellica y cayado, se aparece. 159
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