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Dos o tres días sólo faltaban. Se acostó pronto, casi agotada por los dolores y por las lágrimas y, presintiendo que se acercaba el gran momento que tanto ansiaba, le pidió al Cura, como cristiana, los Sacramentos... Muy de mañana, cuando la aurora se despertaba, como en un sueño, entregó el alma. Quedó su cuerpo como una estatua, y las vecinas que la velaban, así decían, mientras rezaban: -<<Pobre señora, ¡era una santa!». 1927 115
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