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P. ALEJANDRO DE VILLALMONTE rio: la que mejor explique los hechos, la que nos dé sobre el Ser Jivi– no una idea más elevada y conforme .! la revelación, la que me,ior reb– ponda al fin de la revelación misma que es la vida "según la piedad" y la salvación del alma. Tales son, de hecho, los motivos que determinan en San Buenaventura sus preferencias por la teoría del "bien" como base de las difusiones trinitarias 47 : la naturaleza íntima del Ser divi– m, t·rinitario, sus difusiones ad extra, y la causa final de la revelación exigen que se condba a Dios ante todo como Sumo Bien sumamente difusivo de si mismo. El hacer resaltar las razones necesarias como hipótes,is teológica nos confirma de nuevo en la tesis de que, tal argumento, en modo algu– no compromete la sobrenaturalidad del misterio, pues lo supone cons– tanemente como punto de partida. Además, la intención inmediata y directa de estas razones es hacer inteligible la "existencia". Por tan– to, no quieren probar la Trinidad de personas como puro hecho -que suponen-, ni intentan descifrar (sino sólo ex consequenti) la ''esencia del misterio", que, en cuanto tal, permanece insondable por este razo– namiento. En la argumentación teológica ordinaria, el punto de partida son los principios de la fe, y así se dice que el teólogo camina "iluminado" por estos principios. Pero cuando se intenta probar los mismos artícu– los de la fe, como lo hace San Buenaventura, ¿qué luz nos ha de guiar en semejante argumentación? Es claro que ha de acudirse a la virtua– lidad o la ªluz" de los principios de la razón. Y efectivamente, las pro-– piedades divinas que sirven a nuestro Autor de base de la argumenta– lión, nos son conocidas naturalmente, aunque luego hayan de ser per– feccionadas y desarrolladas a la luz de la revelación y bajo la "analo– gía de la fe". Los mismos principios valen para probar la existencia del Dios Uno y sus atributos y la existencia del Dios Trino en per~o– nas; pues ambos predicados le convienen a Dios con la misma necesi– dad, están implicados igualmente en el concepto de la Suma Bondad, verificado en modo infinitamente perfecto en Dios. Esto nos plantea un grave problema sobre el valor demostrativo de tales razonamientos, así como sobre las relaciones que San Buenaven– tura establece entre el orden natural y el sobrenatural: si los mismos 47. QQ.DD . de myst. Trfn., q. 1, a.2; V, 5bss. - Brev., P.I, cap.2; V,2llab. Más abajo se ha• ce alusión al ambiente de «piedad» en que nacen las razones necesarias para probar el misterio de la Trinidad.

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