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Un no sé qué de lo que soy. Lo digo sin humildad fingida, siendo fiel. Y una alegría en paz: mesa y mantel compartir con vosotros, como amigo. Cuarenta y cuatro años, y me asombro de los cincuenta de mi sacerdocio, -oración, amistad, dolor y ocio- con todos compartí, hombro con hombro. Llegué y me enamoré de la belleza de esta tierra, sus gentes, su bahía; hoy la amo tal, como si fuera mía, lo firmo sin mentir: Fermín de Mieza. Canté su praderío y su boscaje, su tobogán de montes, sus neblinas y mil veces he escrito en las marinas arenas de sus playas un mensaje. Se lo dicté a la estela, a la gaviota, casi Espíritu Santo sobre el aire, al rumor de las olas y al donaire de la risa en la espuma fina y rota. A la ciudad que miente otra ciudad en la bahía en noches de concierto, a los barcos que arriban a su puerto o se van en afán de oceanidad. 151