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En mis 50 años de sacerdote Un día me llamaste. Y te seguí gozoso. Todavía era un niño, mi paso era ligero. Jugar, reir, soñar: Todo era tan hermoso. Hace cincuenta años, un once de Febrero, me diste un pan y un cáliz, y me ungiste las manos, y me encontré temblando como tiembla un lucero. Hoy, de vuelta de años, mis sueños no eran vanos, llevo en mis pies el polvo que pisé en los caminos, en mis ojos las luces de horizontes lejanos. Me encontré muchas veces con otros peregrinos, comí pan compartido en mesa breve y pobre, y canté amores fuertes, humanos y divinos. 147

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