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PRINCIPIOS DE POLÍTICA ESPAÑOLA EN ANGEL GANIVET 47 si los doctos no tienen otras ideas que las recogidas e11 los libros de diversas procedencias, lo pruilente y seguro es guiarse por el pueblo, que es más artista y más filósofo de lo que parece" (138). Se insinúa aquí la doctrina del "espíritu territorial": el pueblo contribuye incons: cientemente, pero en esta inconsciencia se revela su sentimiento des– nudo de las deformaciones que impone la ciencia; se manifiesta genui– namente el espíritu territorial. Pero hay aspectos en la estética urbana qun requieren la dirección sabia de hombres instruídos, y para que (;stos puedan obrar concordes al sentimiento popular-que es, en de– finitiva, por donde se manifiesta el espíritu de la ciudad-deben aten– dor, más que a los cánones estéticos ostablecidos por la ciencia, a la psicología del pueblo. El pueblo anónimo es el que impone con propiedad el criterio ar– tístico, y la gente instruída debe ajustarse en su plano a estas exigen– cias. Por eso en política, como en arte, quiere Ganivet que los gober– nantes y los arquitectos sean más que nada psicólogos (139). Entendida esta aparente contradicción, resulta clara la acción po– pular. "Ahí-en el progreso lento, invisible y necesario-es donde la acción oculta de la sociedad entera determina las transformaciones so– ciales." La colectividad asume la iniciativa de esas transformaciones; las actúa y las regula; la colectividad se hace su porvenir glorioso o su ruina, puede ascender del anonimato al rango de ciudad aristocrá– tica y de metrópoli intelectual. Y puede también decaer de su posición brillante en el adocenamiento y en la vulgaridad. "Y en aquello corno en esto no interviene nadie, porque intervienen todos"; e intervienen casi sin darse cuenta, "resolviendo asuntos de detalle de esos que se resuelven todos los días en cualquier ciudad, en reunión de familia, en el café, en los centros administrativos" (140). Así, el pueblo incons– cientemente se fragua su propio destino, lo mismo artístico que inte– lectual o político. Para terminar este enlace misterioso del arte y de la ética señala– remos algunas conclusiones que se deducen de lo que hemos dicho. Si lo importante es el hombre y su belleza moral, ningún progreso so– cial tiene justificación en sí mismo; la bondad o la conveniencia de– ben medirse en relación con el hombre. Así, el alumbramiento de la ciudad es un progreso beneficioso si redunda en bien del hombre; por eso antes de imponerlo en las ciu– dades debe exigirse el atildamiento y el aseo de las personas, y des– pués, "elegir aquel sistema de alumbrado que dé más luz por menos dinero" (i41); lo que acredita a Ganivet de economista tanto como de · crítico de arte. Pero cuando el alumbrado en vez de conferir mayor dis– tinción al hombre destruye su _vida íntima, por ejemplo, el progreso se convierte en abuso reprobable. Piensa Ganivet que "el candil y velón han sido en España dos sostenes de la vida familiar, que hoy se va relajando, entre otras causas. por el abuso de la luz" (142). Natural- (138) A. GANIVET, o. c., t. I, pág. 14. (139) Idem, o. c., t. I, pág. 31. (140) Idem, o. c., t. I, pág. 5. (141) !dem. o. c .• t. I. pág. 10. (142) Idem, o. c., t. I, pág. 11.

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