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46 JOAQUÍN bE ENCINAS bu:ir al hombre y su comportamiento social toda la belleza; pero nues– tro filósofo prefiere qué, de desentonar, desentone la ciudad y no sus habitantes. El hombre contribuye a la estética haciendo consciente la belleza espontánea de la Naturaleza, porque "la belleza no está en el traje, sino en la persona que lo lleva". Y habría _que glosarlo diciendo que la belleza está en la persona que lo lleva como debe llevarlo, esto es, conscientemente y asociado a sus fines. "Así también una ciudad ma– terial es tanto más hermosa cuanto máyor es la nobleza y distinción de la ciudad viviente". Y más explícitamente aún: ·· para embellecer a una ciudad ... hay que afinar al público, hay que tener criterio es– tético, hay que gastar ideas" ( 1:10). Afinamiento, criterio estético e ideas suponen actos conscientes y quieren significar que el hombre debe vivir conscientemenic su propia belleza y la del mundo en torno. Mientras no sea capaz de apreciarla, las bellezas naturales le serán tan perfectamente inútiles como "los guantes a un labriego"; porque sus loscas manos no le Pf'rmiten usar de un modo elegante "ese atributo anejo a la moderna, pacífica y vul– gar caballería", dice Ganivet censurando una vez más a la sociedad aristocrática de su tiempo. Esta misma vigilia intelectual se imponP para orientar el progreso artístico de las ciudades; "porque una ciudad está en continua evo– lución e insensiblemente va ioirnrndo el carácter de las generaciones que pasan" (137). Para encauzar este progreso se requiere una atenta observación y una idea clara de lo que se pretende. De lo contrario, "es mejor no destruir mientras no se sepa que se puede reconstruir y quP ·se P.UPde hacer con gusto"; es prpferihle "permanPCf'r en la dulce interinidad para orientarse y tantear las propias fuerzas". Ganivet re– comienda, por tanto, n sus paisanos-y lo recomendará siempre y a todos-la paz y tranquilidad qw· perrn iten la reflexión. Además, esta atenta observación es consecw·ncia obligada del mismo ritmo del pro– greso urbanístico; "porqw, la reforma natural-de las ciudades se en– tiend<•-es lenta e invisible y resulta de hecho que nadie inn~nta y que muy pocos perciben". Se requiere una aguda atención para asistir al nacimiento del progreso, a rse momento agónico y exultantr de la vida renovada. Al llegar aquí se ohsPrrn una discordaneia con el pensamiento pre– cedente; porqur In est&tiea dr las ciudades depende en buena parte "de las ideas y del criterio" de los que las habitan, y por otra parte, el pro– greso y las rnanifPstnciones estéticas más originales los realiza la co– lectividad, por lo mismo que es la expresión fiel del <·spíritu del terri– torio. Y cuanto más ignorante, mejor: porque así no ha tenido ocasión dP deforrnarsP con ideas aprendidas. Pero la discordancia es sólo aparente y el sentido aparece claro en estas palabras de Ganivet: "Cuando la educación es nacional y el sen– timiento de las gentes cultas, siendo más delirado, conserva la debida comunidad en el fondo con el sentimiento popular, el sistema no es malo-se refiere al hecho de dejar la iniciativa a los doctos-; pero (136) A. GANIVET. o. c., t. I, p!!,g, 4 (137) Idem. o. c., L pág. 5
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