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JOAQUÍN DE ENCINAS tesis, t'ecuerda Ganivet las romerías y demás fiestas populares de su tierra. Esto es yálido para el resto de España (i06). Además, España es la gatria de los grandes místicos, en el sen– tido a,sc~tico de la J>alabra, casi en la misma medida en que lo es de las instituciones de la Santa Inquisición. Mientras Santa 'l'eresa se elevaba en sus arrobos místicos y se encendía en llamas divinas, los herejes, los alumbrados y demás sectarios eran quemados en autos públicos de fe (i07). Ganivet, claro está, quiere señalar aquí el con– traste y nuestra tendencia innata a las extremosidades más opuestas; no es que convenga con esa literatura fácil de la Leyenda Negra, en la que se pondera el sadismo español en la lucha con la herejía. Otra nota del catolicismo español, o, mejor, otra modalidad, es esa línea uniforme de defender nuestra fe, dentro y fuera de España, "a mano armada"; en muchos casos esta medida estaba justificada por ser el único medio asequible. Así, por ejemplo, en las guerras soste– nidas en Europa contra el Protestantismo; pero Ganivet acentúa esa constante histórica en usar de la acción como vehículo de la expre– sión de nuestras creencias. Evidentemente, Ganivet se sometr al tópico y sustituye la apariencia por la realidad; él mismo sabe muy (106) Para Comte, el cristianismo tiene un carácter francamente egoísta.; da al hombre una. tendencia hacia. Dios, y con ello siembra el germen de la anar– quia y del egotsmo social. De este vicio capital viene a sacarle San Pablo con la doctrina de la doble ley que vive antagónicamente en su cuerpo. Cree ver aquí Comte una. insinuación de las inclinaciones naturales del hombre a la sociabili– dad, contrariadas y deformadas por la creencia en una paternidad única y común en Dios. H. DE LUBAC. Le drame de l'Humanisme athée. 3.• ed., París. 1945, pá– ginas 185-192. La obra de San Pablo la continúa el sacerdocio católico, y llega a su mayor apogeo--sin salvar el antagonismo entre el monoteísmo y las inclinaciones so– ciales, pero inclinando la balanza de parte de la sociedad-en el Medievo. Entonces el cristianismo se convierte en catolicismo. Este periodo fué corto, porque segui– damente aparecen los teólogos, que dan a la religión el sentido inicial del mono– teismo cristiano, y empieza una nueva fase de disolución social. De modo que el catolicismo se salvará como religión en la. medida. en que sobreponga la tendencia sociable a la unión con Dios. el politeísmo al monoteísmo. Idem. o. c.. páginas 199-211. Para Ga.nivet. el cristianismo no está "contra la naturaleza humana... porque ésta estaba preparada a recibirlo por el estoicismo, que sirve de base natural a la fe cristiana. Con todo, hay dos semejanzas muy marcadas entre Comte y Ga– nivet. Para uno y otro el cristianismo pasa a. ser catolicismo cuando de religión personal se convierte en "dominadora, imperante"', dice Ganivet; esto es, socia– ble. Para Comte es la verdad media; para Ganivet, que habla del catolicismo es– pañol, es el período visigótico, cuando el clero se apodera de los órganos admi– nistrativos de la nación. La segunda semejanza la encontramos en el antagonismo que uno y otro es– tablecen en el catolicismo. Para Ganivet, este antagonismo está en implicar, por una parte, la total metamorfosis del orden social, y, por otra, el no haber logra– do sustraerse a la organización social impuesta por los romanos. El catolicismo, según Ganivet, ha ganado la mente y el corazón de los hombres, pero la sociedad como tal mantiene una estructura jurídica absolutamente opuesta al espíritu del cristianismo: en éste existe la ley del amor, en la sociedad rige la ley de la fuerza. Charles Murrás (1868-1952) coincide con Comte y disiente en la misma medida de Ga.nivet sobre la interpretación del cristianismo. Puede verse en las notas de la misma obra. citada, págs. 174, n~. 4; 201, núm. 2; 207, núm. 1; 213, nú– mero 4; 215, núm. l; 221, núm. l. ( 107) A. GANIVET, o. c., t. I, pág. 49.

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