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12 JOAQUÍN DE ENCINAS En virtud de este principio, los continentales se afirman en el pro– pio suelo y confían su propia defensa al espíritu de resistencia; los peninsulares, se cierran en sus fronteras y confían su defensa al es– j:>íritu de independencia que se nutre de las agresiones; los isleños, respaldados por sus defensas naturales, se vuelven agresivos. Esta estrategia militar no es cosa aprendida; son sentimientos instintivos, como si la Naturaleza, al nacer, les hubiera dado un programa de actividad política. "No se crea, dice Ganivet, que es necesario que la!'l agrupaciones sociales tengan conocimientos geográficos para que co– nozcan la índole de su territorio; la experiencia histórica acumulada suministra un conocimiento perfecto" (i9). Para entender el valor exacto de este conocimiento histórico hay que a:ñadir que tampoco es necesario estudiarlo porque viene dado en la tradición hecha: sustancia de la vida popular. Es esta tradición vivida la que le ha enseñado al continental que "su suelo no le ofre– ce seguridad bastante y que deberá apoyarse en la fuerza de su carác– ter, en la pasividad, para mantenerse puro entre sus dominadores" (20). Y por esto cultiva el espíritu de resistencia y de patriotismo. Contrariamente el espíritu insular no se angustia por la defensa, ni necesita exaltar los sentimientos patrióticos para obtenerla. La mis– ma geoi;rafía le escuda y defiende con su aislamiento; sólo aceptará una domina<>ión pxtranjera cuando advierta su propia debilidad; pero de hecho es independiente, dice Ganivet. Y sabe además que la fuer– za de caracterización de su suelo insular es tan vigorosa, que si al– gunos elementos extraños se introdu<>en en él no tardarán en adqui– rir el sentimiento de la autonomía. (21). Pero, ¿ por qué los pueblos y los territorios se comportan así? Por el principio de conservación, responderá Ganivet (22). Aunque no lo diga, él cree que como todo en el mundo es algo vivo-comenzando por el mundo mismo-se somete a In primera y fundamental ley bio– lógica: la propia conservación. Tanto es así que, como veremos pos– teriormente, la vida humana tiene doble cara: en el anverso está es– crito el principio de la conservación de la especie y en el reverso la fatalidad de que toda nuestra actividad, más o menos conscientemen– te, tiende a realizar esta ley. Ganivet es víctima de las generalizacio– nes casi en la misma medida que lo es del positivismo; luchan en él Comte y Schopenhauer. La evidencia de esta teoría no hay que buscarla en las premisas filosóficas, sino en su verificabilidad. Para Ganivet, todo esto ha tenido puntual verificación: pero muchas veces es interpretando los hechos para que se ajusten al principio. Su afán de mostrar la verdad de sus tesis le imposibilita para leer en la Historia otra cosa que lo que le interesa. Así. tenemos como caso de nación continental a Francia: y efecti– vamente se ha fomentado a lo largo de su historia rl sentimiento pa– triótico como poniendo la barrera que le había legado la Naturaleza en sus fronteras. Lo mismo afirma Maeztu por razones casi idénti- (19) A. GANIVET. o. c., L I. pág. 115 (20) Idem, o. c.. t. I, pág. 116. (21) Idem. o. c., t. I. pág. 116. (22) ldem. o. c.. t. I. pág. 115.

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