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taron con horribles blasfemias a la piadosa invocación, y herido por cien balas cayó en tierra y voló a los cielos. Pasados los primeros momentos de estupor, algunos religiosos quisieron ponerse a salvo, saliendo del Con– vento Fr. Pacífico de Ronda, quien, cogido por la guar– dia roja y llevado a la cárcel, fué asesinado en plena calle Estepa, la principal de la ciudad. Y llegó el día de la gloria: la Transfiguración del Se11or. A las tres y media de la noche, un camión paró a las puertas del Convento, queriendo adelantar la hora se– fialada por el Comité revolucionario. Lo impidió la Guardia que nos custodiaba, y, una vez más, la última para ellos, pudimos ofrecer a Dios el sacrificio del Cuer– po y Sangre de Cristo y el sacrificio de nuestra vida por la salvación de nuestra patria, rogando especialmente por aquel que Dios había sefialado, para que con una bala nos abriera las puertas del cielo. Apenas comimos, pues muchas almas vivían más para el cielo que para la tierra, y nuestra conversación era, de la dicha de ver en P.l cielo la hermosura de la Virgen Santísima, y aquella taz resplandeciente como el sol y aquel vestido blanco como la nieve del divino Je– sús, reclinado en el Tabor del cielo. Hicimos un pacto inocente: el primero que muera, esper11rá a los otro3 para presentarnos unidos delante de Dios, como unidos sufrimos los diez y ocho días de prisión. En vísperas conmemoramos el glorioso martirio de los Beatos Agatángelo y Casiano, y no nos cupo duda que ellos serían nuestros maestros en la hora difícil de dar la vida por Dios. Gran consuelo sentimos, conside– rando su martirio y esperando su eficaz protección. A las cinco llamaron a la puerta y exigieron que sa– lieran los Padres. Cogimos el Crucifijo y vestidos con
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