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-6- ciencia y en el Sagrario templamos el alma, para luchar como valientes en el puesto de honor que Dios nos de– paraba en la gran cruzada de librar a Espafía de la tira– nía marxista. Al quedflr totalmente aislados del resto de la pobla– ción, sin visitan1l's siquiera una persona, ni recibir los víveres indispensables, nuestra vida se concentró alrede– dor de Cristo y de su Madre Santísima, uniéndonos más unos con otros con el vínculo de la caridad fraterna. Nos considerábamos en el huerto de la agonía, y pensábamos cuál :1ería nuestra calle de la amargura. Un regístro efectuado, con todos los atropellos de gente inculta y sin educación, nos advirtió la suerte que nos esperaba. Treinta milicianos armados de esco– petas entraron violentamente en el Convento, y, de,pués de despertar a los nifíos de nuestro Colegio, se llevaron las camas, y, encañonando a los religiosos y dándoles fuertes golpes con la escopeta, los llevaron por todo el Convento para que entregáramos las armas, que decían teníamos escondidas. En la Iglesia encontraron a Fr. Crispín de Cuevas, delante del altar de la Divin;i Pastora; lo derribaron en tierra y sacándolo al jardín con el P. Ignacio de Galdá– cano, los pusieron en actitud de ser fusilados, no lleván– dolo a cabo por la intervención de elementos moderados. La misma suerte corrió el M. R. P. Guardián, al que tiraban del capucho y le daban fuertes empellones. El P. Luis de Valencina, al tirarse por una ventana, se fracturó una pierna, y, al ser llevado al Hospital en una camilla de la Cruz Roja, lo rodeó una turba de salvajes, que gritando muera y tocando cornetas, lo pasearon por las calles principales hasta las afueras de la población. Al sacarlo de la camilla, se postró de rodillas diciendo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.» Ellos cantes-

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