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-5- El otro sentimiento es de legítimo orgullo, porque el mayor premio, el mayor honor que puede dar Dios a una Provincia, es condecorarla con la sangre de siete ge– nerosos mártires, que tiñeron de púrpura la alfombra donde ha de posar sus plantas el Corazón de Jesús, para comenzar su reinado sobre España. Como datos para la historia creemos convenientísi– rno consignar aquí las circunstancias especiales, que acompañaron a los trágicos sucesos, por si algún dia se promueve la causa dé beatifioción de nuestros llorados hermanos. (1) Insertaremos ante todo una relación que nos ha en– tregado uno de nuestros religiosos de Antequera y que dice así: «El día 19 ardían en Antequera las casas de los más destacados propietarios, como preludio de la revolución. Días después trece víctimas abrían la serie de asesi– natos, que no terminaron hasta la llegada de las tropas. Un religioso trinitario y un sacerdote secular fueron las primeras víctimas religiosas, y, desde entonces, un misterioso presentimiento nos decía que la mano de Dios también segaría flores franciscanas en nuestro Colegio. Dejamos los quehaceres materiales para preparar el alma a la lucha, que la revolución nos presentaba, y nuestro pensamiento no se apartó desde entonces del Sagrario. En el tribunal de la penittncia purificamos la con- (1) Cuando aplicamos a nuestro siete hermanos el título de mártires, lo hacemos apoyados en la definición del marti– rio que dice: Jfartiríum est perpessio perzae mortiferae, irz odíum fidei vel aliarum virtutum inflíctae et patienter toleratae. Y desde luego sometiendo siempre nuestro juicio al de nuestra ?'fa<lre la Iieilesía, que es columna y firmamento de la verdad.
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