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4- M. R. P. Gil del Puerto, Definidor Provincial y Vicario; el R. P. Ignacio de Galdácano, Profesor; Fr. José de Chauchina, diácono y Profesor; Fr. Pacífico de Ronda y Fr. Crispín de Cuevas, hermanos legos, caidos heróica– mente en la dura batalla que sostenemos por Dios y por la Patria. «Estos son, en frase de la liturgia católica, los san– tos varones, que derramaron su gloriosa sangre por el Señor, amaron durante su vida a Cristo, le imitaron en su muerte y por lo tanto han merecido las coronas del triunfo. En ellos no hubo más que un espíritu y una fe. No temieron los tormentos de sus verdugos, entregándo– se a la muerte por el nombre de Cristo, para ser los he– rederos en la casa del Señor. Entregaron sus cuerpos por Dios a los suplicios y merecieron conseguir coronas eternales.» Impresionado el corazón ante los trágicos sucesos, que de boca en boca se oyen narrar con sus circunstan– cias espeluznantes, dos sentimientos encontrados embar– gan nuestro ánimo. El uno de amargura, por la pérdida de siete religiosos de difícil sustitución en la Provincia: amargura aumentada, si cabe, por la contemplación de nuestro Colegio Seráfico deshecho; ocupado el edificio, primero como cuartel general de los comunistas y ahora por varios tabores de Regulares; las santas imágenes quemadas, saqueado el Convento y robados su~ enseres; los padres, hermanos y niños del Colegio dispersos, y todo nuestro porvenir seriamente amenazado. Sólo el Señor ha podido sostenernos, dándonos valor, para ver reducida a escombros la obra de toda nuestra vida, en la que pusimos todo nuestro cariño y todas nuestras ilusio– nes, debiendo comenzar de nuevo, sin demora y con san– ta energía, la ingente obra de la reconstitución del Co– legio.

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