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40 del alma de la Provincia. Nos fa;tó tiempo para pedir un salvoconducto y la escolta necesaria con que poder atra– vesar ciudadesycampos, aun amenazados por el enemigo. Pero la preocupación, que teníamos por las santas reli– quias, nos impelía a toda clase de sacrificios, para saber si se habían salvado del gravísimo riesgo, que han corri– do en los dos meses de vida comunista. No nos fué posi– ble conseguirlo, por lo LjUe encomendamos el asunto al Apóstol de Andalucía. Al día siguiente, 17 de septiembre, cuando celebrá– bamos la santa Misa, nos comunicaron que a las 8 ven– drían a recogernos, para ir a Ronda. Sin tiempo para nada, emprendimos el viaje, llenos de fe y confiados en el éxito. Por los gr.rndes rodeos que hubo de hacerse para rehuir el peligro, llegamos a Ronda a las seis de la tar– de, contemplando, llenos de pavor, un kilómetro de ca– rretera, sembrado de minas de dinamita, combinadas con cables de alta tensión, maravillosamente disimula– das, como se comprueba por las qué 110 explotaron. Sa– ludar a los jefes militares y manifestarles nuestra única misión, que era buscar los sagrados restos del Beato Diego José de Cádiz, fué obra de unos quince minutos. Nos dirigimos a la lglesill. de Nuestra Señora de la Paz, que rstaba cerrada; preguntamos a los vecinos si había ocurrido algo, y 110s respondieron que había sido bárbaramente saqueada, y que dentro no había nada más que ruinas. La impresión no pudo ser más fatal. Volvi– mos a preguntar por las reliquias del Beato Diego, y nos contestaron que estaban salvadas, sin podernos dar más razón de ellas. Entonces, acompañados de D. Francisco Martos, buscamos h casa donde esbban hospedadas las Escla– vas Concepcionistas. Nuestra impresión al sa 1 udarlas, no pudo ser más edific,rnle. Tod:is estaban reunidas en una

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