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31 jaron dormir y a la p:imera hora del día siguiente nos presentamos al Estado Mayor del glorioso general Quei– po, solicitando nuestro traslado a Antequera, cosa di– ficilísima, porque aun no había comunicaciones nor– males y existían pueblos, como el de la Roda, que ins– piraban recelos. Rogué que nos agregaran a una co– lumna, con cualquier misión, religiosa o sanitaria, y aquel Estado Mayor, digno de toda loa, nos agregó a una ex– pedición de ingenieros que iban a inspeccionar la vía férrea para ver si el tren podía circular. Nunca podremos agradecer debidamente el cúmulo de atenciones, que nos prodigaron todos los de la expedición, jefes y soldados, hasta que nos dejaron en Antequera. El santo hábito despertaba por todas partes admiración y cariño. Por do– quiera pedían objetos religiosos, que colocaban en sus pechos como bendición de Dios los libertados del cauti– verio marxista. Cuando llegamos al Convento nos quedamos fríos como la nieve. El patio de entrada, los salones, dormi– torios, comedores y s 1cristía estaban repletos de Regula– res, en número de más de quinientos, los que, dicho sea en su honor, recibieron nuestra casa en pésimas condicio– nes y la iglesia convertida en cuadra, la cual limpiaron y respetaron, con el máximo respeto, con que lo hiciera un ferviente católico. Dimos una vuelta por el Convento, y al terminarla nos faltó la vida y creíamos que aquel espec– táculo no era real sino un sueño... ¡Ni huellas encontra– mos de nuestros queridos súbditos... ! Llorando nos retiramos de aquella santa mansión para buscar a los religiosos y los 11iüos, sufriendo en este calvario lo que podéis suponer, pues las impresiones, intensísimas, se sucedían unas a otras y todos los religio– sos, al saludamos, revelaban en sus rostros y en la emo– ción de sus palabras las huellas de su gran dolor, que
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