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LA MUJER EN EL FRANCISCANISMO, HOY 4-81 sino que abarca una serie de virtudes como son la humildad, la pobreza, la obediencia. La Minoridad, como la Fraternidad y el Evangelismo o demás elementos de la espiritualidad franciscana, es un valor que no podemos encuadrar bajo una perspectiva histórica, porque la sobrepasa y se presenta de forma vital y dinámica, es decir, no es del pasado, es del presente y se vive hoy como ayer. Es un valor práctico, no puramente teórico o especulativo e inmerso en la vida cotidiana. Debe ser una realidad constante. Conocido es por todos que la Minoridad lleva al franciscano a ocupar los últimos puestos no sólo en la Iglesia, sino en la misma sociedad civil: «no sean mayordomos, ni secretarios ni tengan en la casa alguna presi– dencia» n_ Francisco aconseja a sus seguidores que sean los menores y dice expresamente, refiriéndose al manifiesto de los Hermanos: «nosotros hemos sido enviados en ayuda de los clérigos para salvar las almas, su– pliendo lo que ellos dejan de hacen> 7 • La argumentación que se haya podido esgrimir, apoyándose en razones bíblicas y de tradición, en favor de unas funciones ministeriales de la mujer dentro de la Iglesia pensamos que no han podido tomar cuerpo dentro de la familia franciscana. Al menos desde una perspectiva de Minoridad. Y si a esta perspectiva añadimos la afirmación o tendencia actual de los Hermanos, empeñados en revalorizar y colocar la vocación laical dentro de la Fraternidad, nos atrevemos a lanzar la idea de que por parte de la mujer franciscana, sea religiosa o seglar, el deseo de com– partir los ministerios eclesiales responde a una forma consciente y con– secuente con el propio carisma, de buscar situaciones de suplencia y minoridad. Esta actitud pone a la mujer franciscana ante el problema de una actitud pasiva, situación ejemplar que requiere todo un coraje, el que lleva consigo el haber comprendido y aceptado en su genuino valor radical el mensaje de las Bienaventuranzas. b) La fraternidad franciscana La vida de las religiosas de San Damián, donde moraba santa Clara con sus Hermanas, se inspiraba en la letra del Santo Evangelio y en la Regla de los primeros franciscanos que de contínuo pone ante los ojos (; I REGLA, cap. VII. 1 2 Ce!. núm. 146.

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