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(26) CARLOS DE VILLAPADIERNA tarás,...) se resumen en esta expresión: Amarás al prójimo como a tí mismo" (Rm 13, 8-10). Pero el amor no es un vago sentimiento, un sensiblero estado de ánimo, sino que es la fuerza impulsora y motriz que orienta toda la vida cristiana y que para que sea auténtico debe concretarse en hechos, como se manifiesta en toda la parenesis paulina. Si el amor es la quintaesencia de los preceptos singulares y concretos, en donde éstos encuentran su unidad y su sentido último, quiere decir que Pablo muestra la relatividad de toda ley y subraya la libertad del hombre frente a todo legalismo. Interpreta la ley a través del amor, no el amor a través de la ley. Exactamente lo mismo que expresó Jesús con su actuación y su palabra. La ley se reduce a su verdadera condición de instrumento al servicio del hombre; la ley en fun– ción del hombre, no el hombre en función de la ley. El amor es la fuerza reguladora, el criterio que discierne en las situaciones conflictivas y deci– siones concretas. Véanse las cuestiones sobre la carne inmolada a los ídolos (1 Co 8) o sobre las relaciones entre ''débiles" y "fuertes" (Rm 14); 1 Co 8 y 1). La verdadera libertad cristiana se manifiesta en el amor al otro: "Todo es lícito", pero no todo es conveniente. Nadie busque su propio provecho, sino el de los demás" (1 Co 10, 23-24). Todo este difícil itinerario de Pablo desemboca en una práctica clara y contundente: "Cristo nos liberó realmente; manteneos, pues, firmes y no permitáis que de nuevo os sometan al yugo de la esclavitud" (Gl 5,1). Esta libertad tiene dos vertientes: Primera: Las palabras de Pablo son una seria advertencia a los legalistas y fundamentalistas religiosos que sa– cralizan y absolutizan los ritos, las leyes y las instituciones. Todo esto son medios para lograr el objetivo final que es la libertad interior. Pero cuando todo esto se transforma en fines, cuando "el sábado es más importante que el hombre", la religión se convierte en esclavitud más sutil que ninguna otra, porque oprime al hombre desde su misma conciencia. "Evidente– mente no se destruyen las estructuras jurídicas, ni las sociológicas, pero tampoco se afirman como instituciones inamovibles, sino que se analizan críticamente a la luz del "agape", o se ponen al servicio del amor, o se corrigen en función del mismo, renunciando a ellas cuando no hay posibi– lidad de que sirvan a la realización del amor. Con ello, el amor se acredita una vez más como el criterio superior a los criterios conformes a la crea– ción, e incluso como el criterio supremo por excelencia de la conducta cristiana". 42 42 W SCHRAGE. ob.cit., 465. 38

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