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OBRAS DE LA LEY Y LEY DE CRISTO SEGUN SAN PABLO (21) (Rm 3,28). ¿una postura poco seria la de Pablo? ¿un galimatías indescifra– ble? Cristo es el fin de la ley, pero ésta no queda anulada. Somos justifi– cados por la fe y, no obstante, juzgados por nuestras obras. Unas frases de G. Barbaglio nos sirven de punto de arranque de nuestro ulterior racioci– nio: "Pablo no habla de la ley mosaica como de una realidad en sí misma, como un complejo objetivo de mandamientos y prohibiciones. Piensa más bien en el hombre a vueltas con la ley, tiene ante la vista al practicante y al observante que se realiza a través del cumplimiento de lo prescrito o tam– bién al judío que se ufana de poseer la ley divina y desprecia a los paganos que, privados del conocimiento de la ley mosaica, tampoco la pueden ob– servar". 33 La clave para comprender el pensamiento de Pablo en la carta a los romanos la encontramos en la contraposición que hace entre ley y hombre: "la ley es espiritual y, en cambio, yo soy carnal, vendido al poder del pecado" (Rm 7,14). Intenta salvar la excelencia de la ley y así todas las sombras recaen sobre el hombre, que es pecador y está dominado por la fuerza-pecado. La ley, en cuanto expresión de la voluntad de Dios, es espiritual, ha sido dada para proporcionar vida (Rm 7,10), pero el hombre es carnal, es decir, está esclavizado por el pecado: "No comprendo mi proceder, pues realizo lo que no quiero y hago lo que detesto. Aunque hago lo que no quiero, reconozco que la ley es buena. En este caso no soy yo quien realiza la obra sino el pecado, que reside en mí, es decir, en mi carne..." (Rm 7, 15-23). Esta situación del hombre viejo bajo el régimen de la ley impulsa a Pablo a hacerse dos preguntas fundamentales: ¿La ley es pecado? ¿cuál es su relación con el pecado? A la primera pregunta contesta tajante: "De ningún modo" (Rm 7,7). La ley no es responsable de seme– jante situación existencial del hombre; el verdadero responsable es el pe– cado que como una camisa de fuerza oprime al hombre. A la segunda pregunta contesta más ampliamente con un raciocinio repetitivo y en espi– ral (Rm 7, 7-13), cuya cima podría estar en el vers. 8: "Pero el pecado, aprovechando la ocasión ofrecida por el precepto, suscitó en mí toda clase de concupiscencias, pues sin la ley el pecado es cosa muerta". Pablo no dice que la ley engendra el pecado, pues en este caso Dios sería autor del pecado, sino que el pecado ha entrado en el mundo mediante la transgre– sión. Esto supone que el pecado es anterior a la ley; pero la ley lo mani– fiesta, de tal suerte que el pecado es reducido al absurdo. 34 De este modo el hombre aparece tal cual es; ningún mérito puede presentar ante Dios, está enteramente dependiente de la "gracia": " ... donde abundó el pecado, 33 Ob.cit., 193. 3 4 H. CONZELMANK ob.cit., 237. 33

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