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(16) CARLOS DE VILLAPAD!ERNA perturba no puede encajar en el nuevo orden inaugurado por Cristo: "Todas las cosas proceden de Dios, el cual nos ha reconciliado consigo mismo y nos ha entregado el ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,18). En tres versículos (2 Co 5, 18-20) se repiten cinco veces las palabras "recon– ciliación", "reconciliar", para terminar diciendo que la esencia del mensaje cristiano se sintetiza en la reconciliación: ''Os exhortamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios" (2 Co 5,20). Vertical: Cristo lleva a cabo, además y principalmente, una reconcilia– ción vertical con Dios, origen y fundamento de la reconciliación horizon– tal. El primitivo credo cristiano repite una y otra vez que Cristo murió por nuestros pecados (l Co 15, 3-5; Gl 4, 4-6; Rm 8, 1-16). Como nuevo Adán reconcilia a los hombres con Dios. Ahora se configura un hombre nuevo que sustituye al hombre viejo: "Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo que se va renovando hasta conseguir un conoci– miento perfecto según la imagen de su creador, donde no hay griego y judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro y escita, esclavo y libre, sino Cristo que es todo en todos" (Gl 3, 9-11). Por el hecho de que en la vida y en la muerte de Jesús manifestó Dios su acción salvífica gratuita (Rm 3, 21-26) queda para Pablo anulada toda posibilidad de atribuir a la ley una significación de salvación. Si las obras de la ley fuesen capaces de salvar, "Cristo habría muerto en balde" (Gl 2,21). La salvación es don gratuito de Dios, el cual se recibe únicamente por la fe (Rm 3, 20, 28; Gl 2, 16, 21; 3, 11); es pura gracia. Dios pronuncia sobre el hombre un veredicto de gracia que le salva del pecado y, de forma totalmente gratuita, le da acceso a los bienes de la promesa. Al hombre se le pide que reciba con humildad y confianza una gracia que no depende de sus méritos anteriores. Todo esto se compendia en las frases densas de la carta a los efesios: '·Pues por la gracia habéis sido salvados mediante la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, a fin de que nadie se glorie" (Rm 2, 8-9). Pablo prueba sus afirmaciones recurriendo a la Escritura, por una parte, y, por otra, a la dolorosa realidad en que viven judíos y paganos. La prueba bíblica la deduce del hecho narrado en Génesis 12,7; 13,15; 18,18. Dios hizo a Abrahán la promesa de que en él y en su descendencia serían bendecidos todos los pueblos. Muchos siglos antes de que se diera la ley a Moisés se había prometido la bendición a Abrahán. Por tanto, la bendición no depende de la ley, sino de la promesa gratuita. Y esta promesa se hace a todo el que cree en Dios. No son, pues, las obras de la ley, sino la fe lo que hace justo al hombre, pues de lo contrario la promesa perdería su carácter de promesa, es decir, de gracia absoluta (Gl 3, 17; Rm 4, 14). Además, el heredero de la bendición es Cristo. Su muerte realiza un corte en la histo- 28

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