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4 FR. JULIO DE AMAYA, O. F. M., CAP. Pero he de concretar algo el significado que doy en este ensayo a las palabras. Ante todo, yo no voy a hablar de "amores". Los amores son algo escuetamente personal que sólo atañe al sujeto y al término de los mismos. Aquí interesa ahondar en este dato ecu– ménico del amor en lo que tiene de esencial y absoluto, no consi– derándolo como mero elemento antropológico -en sí mismo-, sino en este solo aspecto: comn integrante de una antropología mo– ral y en relación con los fines- éticos. Se estudia al amor humano como motivo de ética; ese amor humano que no es ni concupis– cencia ni caridad, pero que puede convertirse en una o en otra, y que la Santa Madre Iglesia defendió contra Bayo y Molinos (r) Se entiende, pues, por amor aquello por lo cual una facultad tiende hacia el objeto, luego que éste ha sido concebido como bien mediante un conocimiento de cualquier orc;len que sea : natural, sensitivo o intelectual. La forma "quo" (por la que) el sujeto se acerca al bien o a algo aprehendido como tal. Por lo tanto, amor significa en este caso el acto del apetito sensitivo o racional hacia el bien; así podremos mejor entender la reducción de toda la vida apetitiva en el amor. Los matices que en cada caso cobre el voca– blo los podrá interpretar el lector por el contexto. Por ética se entiende la serie de valores morales que el hombre debe admitir y confirmar con sus obras, sin pretender limitarla a la moral natural, sino incluyendo la sobrenatural. Todo lo que va desde el estricto bien honesto hasta la suprema deificación mística. Con todo, no se dejará de advertir cómo se carga el acento sobre el aspecto estrictamente moral y sus derivaciones ascéticas. Como el problema tiene sus contornos en la psicología y en la Teología especialmente, no menos de observar sus mutuas interferencias, pero sólo indirectamente. De primer intento me in– teresa el amor como fuente de no para determinar especí– ficamente relaciones de causalidad, sino para constatar de modo suficiente su existencia y para valorarlas de algún modo dentro del conjunto de motivos éticos. Tomo como base, aunque sea de modo algo lejano, las obras de San Buenaventura (2). El Doctor Seráfico es un genuino repre– sentante del franciscanismo, que es estado de amor fundado sobre la pobreza, pero donde la misma pobreza nace de una ley psicoló– gica del amor: la ley de sustitución. Se deja una cosa para con- (1) IlE'.';ZE,GE!1: E11rh. Simb. (ed. 2-i-25, füircelona, 1048), n. 1036 SS.; 1239. (2) Se citan las obras tlel Santo Doctor por la edición crltíca monument.nl de los PP. de Quaracch!: s. Bon:tv. Opera !O vol., 1882-1902. Con todo, h<1Cl' rPfeTPili'':t a r)1ll1·í611 (]P :1s Santo hecha por lii B. A. C., cuandu la vbta citada está ti·;ulurida. en t>:3ta e(Hriún.

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