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30 FR. JULIO DF. AMAYA, O. F. M., CAP. lo reduce al divino haciendo mucho más fácil su consumación en la mística, que es también una contemplación amorosa del b~en. IV.-TERAPEUTICA DEL ,UIOR Todo lo que hasta aquí hemos considerado nos hace pensar que el amor es la gran lucha del hombre, que le recoge en tensión con– centrada frente a su afecto y las consecuencias éticas que de él se siguen. Son éstas tan trascendentaks que hacen necesaria una te– rapéutica, una pedagogía del amor. Ciertamente que el amor mismo puede ser una pedagogía, y de ordinario todo amor es pedagógico, pero es sumamente difícil que no esté expuesto a desorientaciones. Sería también un error querer creer que todo lo que influye en una obra es amor. San Buenaventura dice que "etsi omnis affectus ortum habeat ab amore tamquam ex affectione principali ipsius animae, amor tamen non est tota causa aliarurn affectionum... Ideo absolute non sufficit regula amoris ad omnes a ffectus rectifican– dos" {76). Aunque él, sin embargo, sigue afirmando todo lo que en el estudio he hecho notar. Toda ética y toda ascética bien orientadas tienen como metJ. fundamental la formación del corazún, porque éste es un elemento decisivo en el desarrnllo del verdadero humanismo y de toda mo– ralidacl. Por eso decía Los Angeles: "Los que de veras tratan de ser perfectos imitan a la naturaleza, que, no ob:idando de formar las partes exteriores del animal, lo primero que acude es a la for– mación del corazón" (77). Es necesario partir de este supuesto. Si el hombre saka su amor, se salva entero. Y en la lucha por esa salvación es el mismo amor, que propone muchos modos de caer, el que propone también los modos de levantarse. La gran resolución del hombre es enamorarse de Dios. Y el gran deber del pedagogo y del director de almas es lograr en el hombre la "sustitución" cuando no haya podido for– mar anteriormente esa voluntad de enamoramiento. Esta ley de sustitución de afectos es la mejor regla ética para la educación del amor. El educador comprenderá que el mal ético tiene su origen en la voluntad humana deficiente mediante la negación del amor debido a Dios. Por lo mismo comprenderá también que la preservación del mal ético estará en lograr educar la tendencia psicológica median– te una abnegación del corazón. Abnegación que tiene por objeto resignar de algún modo la facultad primordial de la potencia afec~ (76) III Sent., d. 33, ll. uníc., q. 1, ad 2 (III, 712). (77) ANGELES, l"R. JUAN Dl!l LOS: Conquista del reino de Dios, dlá!. I, pil'r. 1, tom. 1, pág. 4.0.

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