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22 FR. JULIO DE AMAYA, O. F. M., CAP. re" (44), lo mismo para el bien que para el mal. La admisión de este principio de orden ético tiene incontables alcances. El amor es un soporte de nuestra personalidad, que tiene una manifestación en los "amores" concretos. Por eso ellos revelan el perfil psicológico de nuestro corazón a la vez que su perfil ético, constituyendo un testimonio de nuestro ser recóndito que nos des– tapa ante los demás y ante nuestra propia conciencia. Y es esa red de amores lo que va dando consistencia a nuestra impresionabili– dad moral. Cuando decimos que el amor es raíz de vicios y virtu– des querert10s indicar que la actividad de cada persona se despliega bajo el impulso de su "ordo amoris" y que cada obra es calificada por éste en buena o mala, según lo sea él mismo o no. Por eso "cuando se pregunta si algún hombre es bueno, no se inquiere qué cree o qué espera, sino qué ama"-decía San Agus– tín (45)-. Este principado moral fué siempre reconocido por los maestros franciscanos. Fray Juan de los Angeles escribió: "El huen amor es príncipe er:tre las ,·irtncles y el malo entre los vicios, y aun, para deeirlo cierto, la Yirtnd no es más que 1m amor bue– no y el vicio un amor malo" (46). Y San Buenaventura: "Amor enim principium est rectitudinis et ohliquitatis ... unde honus amor est fundamentum civitatis Dei, et rnalus fundamentun civitatis diaboli. Et ratio huius est quia amor est radix omnium affectio– num et tantae adherentiae ut transformet amantem in ama– tum" (47). Es decir, que todo lo que hay de moralmente valioso en los ac– tos de un hombre se reduce a su organización amorosa ordenada y de ella depende. Y de ella toma también principio, porque "cuando el corazón se dilata por el amor, entonces el hombre guarda ,fácil– mente los mandatos divinos" (48) y llega mejor a su perfección, pues el amor es el camino más recto hacia Dios y "cuanto más rec– to es un sendero tanto es más perfecto" ( 4r)). Por el contrario, todo el lastre de la vida moral tiene también su origen en el trastorno de la jerarquía amorosa, en el "ordo amoris" no col1idicionado -por peryersión personal- a las estinn– ciones que Dios nos puso en germen en la naturaieza o nos impuso por los preceptos de la ley positiva. Por lo tanto, "los afectos de (H) I Sen/., ,l. 14, dub. fi (1, 255). (45) E1uJniridión, c. 117, n. Jl (Edir .. B. A. f'.., '.\Ja(!ri(l, 1048), t. IV, pág. fl2!l. (!O) A:'sGELES, Fn. JUAN m; Ltli': [,11cha es¡,irit,wl, p. I, c. j (Efür. del P. f"a'.a, Madrid, 1912), 1. I, pág. 281. (47) II Sent., d. nr. p. ll, a. 3, q. l, ali conrl. (Tl. l 2ci\. (48) Jlc dee,,m ¡mwce¡;tis, col. II, n. 1G (V, 513; (':lle., B. A. C., V, 641 L (49) De perfectione evangelica, q. 2, a. l, r. :rn (V, 128; erlic., B. A. c., Madrid, 1949, VI, 51).
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