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12 FR. JULIO DE AMAY/"., O. F. M., CAP~ corresponda a la historia respornsable del sujeto o a aquello que ad– quirimos a la vez que la herencia del cuerpo y unido a éste. San Buenaventura expresa este doble aspecto del "ordo a.mo – rís" según el orden que dice a la libertad, llamándolos "amor"-al natural- y "dilectio"-al adquirido y potestativo-. "Amor e,t naturae, <lilectio est voluntatis deliberativae" (14). Contraponiendo natural a sobrenatural -no a adquirido comn antes-, dice también que el amor natural es el que está plantado en la misma naturaleza y también el que se origina por el ejercicio de la voluntad sin el don de la gracia ( I 5). Algunas veces le llama "amor libídinis ", como opuesto a la caridad, pero dando al voca– hlo un valor y una extensión mucho más amplios de lo que es co– rriente entre nosotros. De ambos nace el "ordo amoris" de cada persona, y de este orden amoroso y de su jerarquía proceden todos los afectos y pasiones. Así pudo escribir el Doctor Seráfico: "Amor est pondus rnentis et origo omnis affectionis rnentalis" ( I don– de el vocablo "mens" no tiene yalor rigurosamente filosófico. sino místico y sapiencial. El "ordo amoris", en su personal y subjetivo, se fun- damenta en el amor natural, y en su primer estadio es un impulso oscuro -mezcla de consciencia e instinto-- que se caracteriza por una predisposición a querer ciertas cosas, de forma que tiene pre– juzgadas de antemano las cosas-bienes mediante una categoría apriorística de orden infra-intelectual. Ya desde ese momento cada hombre prefiere cierta clase de personas, de cosas, de actuaciones... En un segundo estadio más consciente esa tendencia se mani– fiesta en un estado de alerta y de escucha para topar con objetos que llenen sus exigencias. Es una actitud interrogativa en que se enfrentan el "ordo amoris" innato y el ohjeto, consecuente a la provocación suscitada por éste. Este "ordo amoris" es algo que no sólo se hace, sino que nace, sin que sepamos seguro el cómo. Amamos esto o aquello antes de querer amarlo y hasta con un querer contrario. Es un peso que in– clima a cada espíritu y lo atrae a su debido lugar-'' inclinans nnum– quemque spiritum et trahens ad locum sibi debitum" (17)-; lu– gar debido que debe ser el bien, pero que a veces sólo lo es en apariencia. Esto nos plantea un serio problema de educación por dos mo– tivos que el Doctor Seráfico nos recuerda: porque este amor es (14) III Sent., d. 27, dub. 1 (III, 616). (15) JII Sent., d. 3-1, p. Il, n. 1, q. 2, ad -i (III, 758). (16) B1'ei•., V, c. 8, n. 4 (V, 2ü2; ed., B. A. c. (11ndrid, H!45l, tom. I, -116). (17) 11 d. 5, a, 2, q. 1, f. 4 (II, !51).

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