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(El día de Nochebuena la casa de mis padres se revestfa de una alegría especial. Eramos seis hermanos. Y, además, se convertía, esa noche, en lugar de reunión y fiesta de todos los veci– nos. Mi padre cantaba bien, sabía muchos villancicos y manejaba con cierta maestría las castañuelas. Mi madre repicaba el almirez o lo acompañaba frotando una boteila, y siempre había un espontáneo que tocaba la zambomba o hacía un extraño, dulce y pro– fundo sonido, como el de un bombo, golpean– do la boca de un cántaro de barro vacío... Lo importante era que, cantando villancicos en torno al "nacimiento" y riendo, la casa se convertía aquella noche como en un santuario de alegría y felicitaciones. Se hacía una ora– ción y se brindaba porque la Navidad trajera salud para todos... Cuando yo llegué al seminario franciscano– capuchino no resultó novedad para mí el gozo con que se celebra entre los hijos de San Fran– cisco la fiesta de Navidad. Era como un eco de mi propia casa, de la alegría familiar. Y mi amor por el "Pobrecillo de Asís" comenzó a profundizar cuando leí estas palabras suyas: "Alegraos por la Navidad del Señor. El día de Nochebuena quiero que lleguen a comer carne hasta las paredes... y que se arroje por los caminos trigo para que coman y se alegren las avecillas, especialmente las hermanas alon– dras... Decid palabras de regocijo ese día y icantad 1". Aunque no hubieran existido en mi vida otros motivos más decisivos, me bastó para amar a Francisco, de Asís que él también amaba a los pájaros, como mis hermanos y yo, y su invención de los "nacimientos" evocaba en m f algo tan fntimo y grande como el recuerdo de mis Navidades infantiles en familia. El trasfondo de este libro, "Anuncia– ciones" y su temática se encuentran en la gozosa vivencia de un entorno sicológico familiar con música navideña.

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