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76 LA CUESTIÓN R"E'.LIGIOSA I(N LAS CORTES DE cAuIZ Respecto de su posición frente al régimen liberal, el episco– pado acató las leyes emanadas de las Cortes, incluso las que vio– laban en algún modo la inmunidad real eclesiástica, ya que en resumidas cuentas aquellos bienes se destinaban a las necesidades de la nación en guerra. La única resistencia positiva fué la inten– tada o efectuada contra la injuriosa lectura en las iglesias del decreto y manifiesto de abolición de la Inquisición. Por este mo– tivo fueron señalados y perseguidos como enemigus de la Consti– tución, es decir, de las instituciones liberales. Pero lo cierto es que el episcopado no hizo de la defensa de la religión una cuestión de política: no adujo su adhesión al trono, a la soberanía y legiti– midad de Fernando VIL Incluso el obispo de Orense, al poner res– tricciones al juramento de la Constitución en julio de 1812, no hizo alusión alguna a su credo político, como lo había hecho en oc– tubre de 1810. En el episcopado español hubo una o dos defecciones por co– laboracionismo o afrancesamiento, pero ninguna por aceptación ele la ideología liberal gaditana. La complacencia del regente car– denal Borbón fué puramente debilidad de carácter; las felicitacio– nes del obispo de Canarias, desconocimiento de la situación real en la península; la actuación del obispo de Mallorca en las Cortes no se extendió a aprobar o defender medidas e ideas antipontifi– cias y jansenistas. Es cierto que las borrascosas relaciones entre la Iglesia y el Estado a lo largo del siglo xrx y parte del xx se originaron y decidieron en esta primera actitud recelosa y contraria del clero frente a las Cortes de Cádiz. Pero no se puede culpar a la Iglesia de incomprensión y oscurantismo ante el programa político y social del nuevo movimiento. El liberalismo se presentó en Cádiz con fuertes visos ele anticlericalismo y de demagogia revolucionaria francesa. La Iglesia no vió prueba alguna convincente de la bon- a que deben atribuirse tantas impiedades y blasfemias como se publican impu– nemente; o porque no hay quien las reclame de oficio, o porque es imposible recla– marlas todas sin entrar en infinitos pleitos y contestaciones, que tanto dificultan, sino imposibilitan del todo, las circunstancias presentes. En este caso sólo resta ~l recurso de las impugnaciones, que ni alcanza ni deja de encontrar también sus tropiezos,,. Así lo entendieron y practicaron los grandes apologistas de la parte católica y absolutista: el Filósofo Rancio, el P. Rafael de Vélez el fran– ciscano P. Ramón Strauch y Vidal, el jerónimo P. Agustín de .Castro ~ el lm'!r– cedario P. Manuel Martínez.

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