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EL EPISCOPADO ESPAÑOI, Y LAS CORTES DE CÁDIZ 2I éxodo hacia un lugar más seguro, difícilmente pudieron recibir esta· orden o urgirla y explicarla a sus párrocos y fieles. Tene– mos, sin embargo, una contestación a esta llamada del gobierno en las hermosas pastorales del obispo de Terne! don Bias J oa– quín Alvarez y del obispo de Ibiza don Bias Jacobo Beltrán, del 8 y 24 de enero de 1809 respectivamente 9 • Los obispos que pudieron establecer contacto con la Junta Central instalada en Sevilla el 16 ele diciembre de 1808, espon– táneamente o por invitación de la Junta que había comenzado la tarea de purificación de lo~ emrleados estatales refugiados, la fueron informando a lo largo de 1809 sobre su conducta política frente a la invasión francesa. Hemos visto los expedientes de más de 25 obispos y abundan ciertamente ejemplos admirables de patriotismo y generosidad. El obispo-abad de Alcalá la Real fray Manuel I\faría Trujillo, O. F. M. Obs., da cuenta a la Junta Central el 28 de diciembre ele 1809 de haber entregado ya más de ,too.ooo rs. en donativos, y tener reservados «para apuros de la Corona» cuatro candeleros ele oro, «singulares en la hechura», de 8.000 rs. cada uno. El obispo de Avila don Manuel Gómez Salazar envió al comienzo el~ la guern toda la plata labrada al Consejo de Castilla para el armamento general, y además pro– veyó de calzado a tres cuerpos de ejército d(.: Castilla. El obispo de Barbastro fray Agustín Abad y La Sierra no se dignó acu– sar recibo de ninguna de las órdenes y decrete;; cr:n:mnicados por el gobierno intruso. El anciano obispo de Cori;i fué ejecutado por los franceses el 29 ele agosto de I 809. Los detalles de su muerte fueron mandados publicar en la prensa oficial nacional, y llenaron de indignación a toda España. Con (?Ste motivo, para vengar la muerte del obispo, la Junta Central se vió en el duro trance ele dar el 3 de octubre una real orden al mariscal español Bassecourt para que comunicara al mariscal francés Soult que «usando del derecho de represalias, ofrecerá la nación la muerte ele tres prisioneros franceses por cada vecino pacífico a quien asesinen las tropas francesas; y que suspende por humanidad poner en práctica esta providencia hasta saber si el referido ma– riscal, enterado de tan atroz maldad, entrega la partida y e:1 º AHN, Estado, ibid., leg. 8, A, doc. 43; leg. 8, B, doc. 17.
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