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INTRODUCCIÓN 9 la autoridad eclesiástica. Promulgada la Constitución política, to– maron ésta como fundamento jurídico para la abolición de la In– quisición, tribunal eclesiástico pontiffrio. Prácticamente, las Cor– tes, en la cuestión religiosa, siguieron la misma política regalista y antipontificia del régimen absolutista que tanto detestaban. A los ataques reales de las Cortes a la discipli11a canónica de la Iglesia precedieron acompaíiaron y siguieron en la prensa ma– nifestaciones públicas de la infección de espíritu irreligioso o «jaco– bino». Lo que cmyustió 111a3 1 ormente a la Iglesia y escandalizó al sano pueblo espaí'íol, combatiente en una guerra de Cruzada, fué la audacia ,•olteriaua de la prensa anticlerical que floreció y prosperó en la :::ona nacional al amparo del decreto de libertad de imprenta del ro de 1zovie111bre de 18 ro. Aunque esta libertad de impren– ta quedaba excluída por die/za decreto en las materias de religión, en día.ríos y folletos se escribieron cosas ignominiosas contra el clero y la disciplina de la Iglesia. Las Cortes toleraron, y a veces ampararon abiertamente, esta prensa que era su mejor aliada y conductora de su liberalismo. Desde el sector absolutista, un gran 11zí111ero de apologistas de– fendían denodadamente el Altar y el Trono. Cádi;;, particularmente, sufrió una ,.:erdadera im!(lsióll de folletos, el distintivo cultural, li– terario y polémico de la época. La respuesta y la impugnación eran el único medio posible para combatir o neutralizar la impiedad e impudencia de la prensa liberal, ya que los artículos del decreto de libertad de imprenta obstaculi:::aban estudiadamentc la i11terve11ción de la Iglesia. A tra·vés de estas polémicas, de estas ofensivas y colltraofcnsivas de la prensa liberal y absolutista, se ve la acfi'lla ·virulencia que llegó a alcan::mr el jacobinismo e11 la zona nacional. Pero lzay U/la 'ZIOZ autorizada, completamente Ubre de la pasión política, que enjuició y delató la extrema grCl'ucdad de la cuestión religiosa bajo las Cortes: la voz del episcopado de la. zo1w 110 ocu– pada. Es el testimonio más ·ucrídico de la situación, y tanto 111ás atendible cuanto que en sus escritos en defensa de la religión ( pas– torales. representaciones), y 1Ílti111a111ente e11 su oposición y resis– tencia a la lectura en las iglesias del decreto y 111am:jiesto abolitivos de la Inquisición, era la coJ1servación de la religión y el honor de los templos lo que defendía el episcopado, no su credo político. ni siquiera la alianza entre Trono y Altar, la fórmula que hasta en-
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