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68 l. - ESPIRITUALIDAD CRISTOCÉNTRICA l. - HE AQUl EL CRISTO Como consigna para penetrar en el estudio del cristocentrismo, que se trasluce de casi todas las páginas del epistolario, podría pro– ponerse éste: «¡ Viva Jesús! Esta es la palabra interior en tomo a la cual debemos vivir y morir» (11-1-1917, III, 263). De hecho la santí– sima humanidad de Cristo debe estar siempre presente en la obra de las almas que tienden a la perfección, en cualquier fase del itinera– rio, que han de recorrer: « Y obsérvese que el alma habitualmente medite la vida, pasíon y muerte de Jesús nuestro Señor. Ningún alma, por mucho que avance en los caminos de Dios, debe pasar esto por alto» (16-9-1916, rn, 250). Y precisamente de esta consideración íntima y habitual el alma se lanza cada vez más arriba, para adquirir una más activa participa– ción en sus misterios: «¡Oh! qué bella es la cara de nuestro dulcísimo esposo Jesús ¡Oh! que dul– ces sus ojos ¡Oh! que felicidad el estar cerca de Él en el monte de su gloria. Allí debemos colocar nuestros afectos, no ya en las criaturas, en las cuales o no hay belleza, o si la hay, les viene de lo Alto» (3-12-1916, III, 535). Por ello el P. Pío jamás se cansaba de invitar a las almas hacia la altura de la contemplación del amado Señor: «Continúa en fundirte cada vez más en este gran deseo de dar gusto a Jesús y Él, que es tan bueno, y no mira demasiado sutilmente, recompensará estos santos deseos, haciéndote crecer y avanzar en sus santos caminos» (19-9- 1915. III. 9). Él mismo animado por este ardor encontraba siempre acentos nuevos y puntos de arranque eficaces, para guiar con seguridad a las almas al seguimiento y al amor del Amante divino hasta llegar a reproducir sus rasgos: «Vuestra vida se emplee toda ella en dar gracias al Esposo divino, a Él se dirijan todas vuestras obras, toda vuestras palpitaciones, todos vuestros suspi– ros. Con Él permaneced siempre en el tiempo de la desventura y de la prueba, y con Él también en las consolaciones espirituales. Para Él, en fin, vivid; para Él toda vuestra vida entera. A Él consignadle también vuestra partida y la de los demás de esta tierra cuando, donde y como Él quiera. Sobre todo mostraos siempre muy digna de vuestra vocación cristiana. Vivid de tal suerte, repito, que el mundo pueda decir forzosamente de vos: ¡ He

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