BCCCAP00000000000000000000342
4. - LA CORAZA DE LA CARIDAD 61 de satanás. Todo lo que en ti ocurre es una exquisitez del amor de Jesús, por– que vuestra persona es muy querida de su corazón» (14-7-l 914. 11, 129). - «Vos querríais casi medir, comprender, sentir y palpar el amor que tenéis a Dios; pero, hermana mia, estad cierta de que cuanto un alma ama más a Dios tanto menos lo siente(...). Vuestro amor no es inerte, no es estéril. Decid más bien que amáis al celeste Esposo, pero que deseáis que vuestro amor vaya siempre «in crescendo» (...). Amáis a este tierno Esposo, pero os parece bien poca cosa, porque deseáis amar con amor perfecto y consumado y esto noso– tros, miserables y desventurados mortales, sólo podremos hacerlo en la otra vida, al menos en su total plenitud.¡ Miserable condición la de nuestra natura– leza humana!» (19-5-1914, ll, 90s). No es raro el que el alma dude de la sinceridad de su amor, por– que teme ofender a Dios, y llora, creyendo que su comportamiento le desagrada. Y es todo lo contrario: este temor es un signo positivo de la existencia del amor que se busca y se desea. - «Os afanáis en querer ser liberada de los enemigos que os rodean, porque esos apóstatas de satanás pretenden haceros prevaricar. Y yo os digo que !as aflicciones que todavía sentís, al veros rodeada de ocasiones de ofender a Dios, todas ellas son efecto de la gracia divina que el piadosísimo Señor ha derramado en vuestro corazón. Todo eso es signo certísimo de que la caridad que el Espíritu Santo ha difundido en vuestro espíritu, no está muerta: vive» (28-7-1914, 11,139). - «Tu estado no es el de un alma tibia, sino de un alma que ama, sin saberlo. Jesús es tuyo y nadie te lo podrá arrebatar. Si no puedes asegurarte con estas y otras razones, al menos créete a ti misma. Tu tienes miedo de ofender a Dios, y antes de ofenderlo, estarías dispuesta a sufrir la muerte infinidad de veces. Ahora bien ¿cómo puede conciliarse esta disposición de tu alma con eso que tu dices y temes? ¡Ah! no, Dios puede rechazar todo en la criatura, pero no el deseo de querer amarlo» (4-12-1920, lll, 443). «Sufres, y tendrás que sufrir todavía más. Lo sé; pero confianza y amor, hija mía. confianza y amor en la bondad de nuestro Dios. Sufres, pero con Jesús y por Jesús. Convéncete, yo te lo aseguro de parte del buen Dios: en tus dolores está Jesús, precisamente en el centro de tu corazón; tu no estás apartada, ni lejos del amor de este Dios tan bueno. Sé que tu vives en el pensamiento de Dios, aunque sufres todavía para poseerlo completamente y por verlo ofendi– do en las criaturas ingratas. Pero tiene que ser así. El que ama sufre. El amor no satisfecho del todo es un tormento, aunque un tormento dulcísimo. Y tú así lo experimentas. Continúa, pues, envuelta en este misterio de amor y de dolor, hasta que le plazca a Jesús. Esta situación siempre es temporal: llegará el con– suelo divino, completo, inamisible» (4-6-1918, III, 861).
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz