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58 !L - LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES estos casos; y él sin precipitar nunca las soluciones y consciente ple– namente de la naturaleza de las dificultades objetivas y subjetivas y también del momento de la ascesis espiritual, sabe indicar con la precisión, claridad y simplicidad que le es propia los signos distinti– vos del verdadero amor de caridad y al mismo tiempo proponer las orientaciones precisas, a fin de que el alma no se pierda en el cami– no emprendido, sino que progrese con prontitud y seguridad. frecuencia se trata de situaciones creadas por una valora– ción del todo subjetiva sin fundamento y por una visión prevalente– mente natural y humana de los fenómenos. Por tanto se precisa un conocimiento exacto, adquirido a la luz de la fe, de los signos positi– vos y negativos. La radiografía que el P. Pío hace de estos signos está conforme a la doctrina más acreditada de los maestros espirituales, como se ha podido observar de cuanto se acaba de decir respecto de la insaciabilidad del amor y de sus consecuencias. Pero todavía hay otros temas, en los que revela sus dotes de un experto maestro. A las veces el alma se sorprende de ciertos fenómenos físicos, que ella juzga contrarios al puro y sobrenatural amor, que siempre ha buscado y que quizás creía poseer. Entonces le surgen las dudas. Y enseguida el maestro se dispone a esclarecer la posible y diré casi necesaria coexistencia del elemento sobrenatural y natural, del sen– sible y suprasensible. El ser humano es un compuesto de espíritu y de materia, de alma y cuerpo. La verdadera caridad infusa, el auténtico amor sobrenatu– ral no excluye su repercusión en la parte sensible del hombre. Los más nobles y elevados sentimientos del alma a las veces se mezclan con otros fenómenos humanos y sensibles. Ciertamente se equivo– caría quien buscase la ternura y la dulcedumbre y entregase a los sentimientos afectivos y sensibles; esto no obstante a las veces inevi– tables, porque no proceden de la inteligencia y de la voluntad, sino de los sentidos internos y de las impresiones externas, y pueden ser más o menos intensos en conformidad con el carácter y el tempera– mento. El P. Pío sugiere con toda claridad los signos distintivos de unos y de otros para orientar y aquietar a quien los experimenta y no sin cierta perturbación. - « Luego no puedo echaros la culpa al veros como atadísima a vuestro propio juicio en orden a vuestro amor hacia el celestial Esposo. Os equivocáis, y os equivocáis al por mayor, al querer medir el amor del alma a su creador por la dulzura sensible que experimenta al amar a Dios. Este amor es propio de las

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