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4. - LA CORAZA DE LA CARIDAD 57 - «No dudéis de vuestro amor a Jesús. ¿Cómo dudar de ello? ¿No sentís voso– tras mismas este amor en vuestros corazones? ¿Qué otra cosa es ese deseo ardiente que vos mismas expresáis en vuestras cartas? ¿ese deseo que experi– mentáis dentro de vosotras? Sabedlo y tenedlo por seguro, que eso es amor. El deseo de amar -«in divino»- es amor. Y si es amor, como lo es en realidad, ¿quién ha puesto en vuestros corazones este deseo de amar al Señor? ¿Acaso nosotros somos suficientes para formular un solo deseo santo sin la gracia? Ciertamente que no. Así nos lo enseña la fe. Si en un alma no hubiese otra cosa que el deseo de amar a su Dios, ya eso es todo, eso es Dios mismo porque Dios no está donde no está el deseo de su amor. Por tanto estad tranquila respecto a la existencia de la caridad divina en vuestros corazones. Y si este vuestro deseo no ha sido saciado, si os parece que deseáis siempre sin llegar a poseeer el amor perfecto, todo esto significa que nunca debéis decir basta, quiere decir que no podemos, ni debemos detener– nos en el camino del amor divino y de la santa perfección. Sabéis bien que el amor perfecto sólo se alcanzará, cuando se posea el objeto de este amor. Por consiguiente ¿a qué tantas ansiedades y desalientos inútiles? Desead siempre y desead con confianza. No temáis» (15-12-1916, III, 555; 14-12-1916, III, 665). - «Tú me pides un juicio acerca de tu amor a Dios y de esta inquietud de tu ánimo en la búsqueda afanosa de tu Dios surge en ti el temor de estar privada de esta virtud. Pero ¿cómo? ¿no sientes tu misma esta virtud en tu espíritu? ¿Qué otra cosa es ese deseo ardiente que tu misma sientes de querer amar a Dios? ¿Quién ha puesto en el corazón ese deseo de amar al Señor? ¿Quizás los deseos santos no proceden de Jesús? ¡ Oh hija! si en un alma no hubiese otra cosa que el deseo de amar a su Dios, ya eso es todo, eso es Dios mismo, por– que Dios no está donde no hay el deseo de su amor. Recuerda lo que te dije en otra ocasión: que Dios puede rechazar todo en una criatura concebida en pecado y que lleva la impronta indeleble de Adán, pero no puede absolutamente rechazar el deseo sincero de amarlo. Por consi– guiente, tranquila» (11-4-1918, III, 721). d. - Signos y contrasignos Un director iluminado no puede no discutir seria y objetivamen– te las posibles desviaciones, tanto por lo que se refiere a la naturale– za, como a las manifestaciones y exteriores del amor. De hecho quien camina por la ruta del amor, sobre todo en los períodos de pu– rificación y de oscuridad, puede encontrarse en dudas, incertidum– bres, temores, etc. que pueden provenir de factores naturales, de carácter, de temperamento, de psicología, pero también de factores sobrenaturales, como tentaciones, sugestiones diabólicas, etc. En la correspondencia del P. Pío nos encontramos en muchos de
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