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52 !I. - LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES Pero todas estas hermosas virtudes todavía no son suficientes, si no van unidas a la fidelidad, mediante la cual el alma devota adquiere crédito y cada uno se asegura de que en su actuación no hay doblez» (23-10-1914, II, 202). b. - Esta preclarísima virtud Sin duda alguna que la caridad teologal es la más excelente de las virtudes teologales, la más unitiva y transformante. Une, da vigor y fuerza sobrenatural a las demás virtudes cristianas y sin ella ningu– mi podrá ser perfecta. Es la raíz, el origen y el vértice de la santidad. Si llega a faltar, todo el edificio espiritual se viene abajo. Su ausencia esteriliza todo compromiso para la propia santificación y todo esfuerzo para el bien del prójimo. Precisamente por que la caridad constituye la esencia de la perfección cristiana, es el parámetro más seguro, y la medida más exacta, por no decir, única. No hay por qué detenernos en la demostración de estas verda– des. Son obvias y de todos conocidas. La simple lectura de este capí– tulo hará resaltar el modo cómo el P. Pío las proponía a las almas con su acostumbrada convicción y sencillez. Aducimos sólo algunos textos para patentizar cómo manifiesta la importancia y la excelen– cia de esta virtud tan fundamental. «La primera virtud, que necesita el alma que tiende a la perfección, es la caridad (...). Con razón la caridad en la sagrada Escritura es llamada vínculo de perfección» (23-10-1914, II, 200). - «Lo que más está en el corazón de este gran santo (san Pablo) es la caridad, y por ello, más que cualquier otra virtud, él vivamente la recomienda y quiere que se conserve en todo su dinamismo y actividad, ya que es la única virtud que constituye la perfección cristiana. Sobre todo -dice- conservad, tened la caridad, que es el vínculo de la perfección» (16-11-1914, 11,235). - «Todo puede carecer de mérito, cuando se ha hecho sin caridad, que es la reina de las virtudes y que en sí las incluye todas. Por ello tengamos muy en cuenta esta virtud, si queremos que el Padre celestial tenga misericordia de nosotros. Amemos la caridad y practiquémosla; es la virtud que nos hace hijos del mismo Padre que está en los cielos. Amemos y practiquemos la caridad, ya que es el mandato del divino Maestro: nos distinguiremos de los demás si•ama– mos y practicamos la caridad. Amemos la caridad y evitemos cualquier cosa que pudiera ensombrecerla. Sí, amemos, finalmente, la caridad y tengamos siempre presente la enseñanza del Apóstol: todos nosotros somos miembros de Cristo» (16-11-1914, II, 234s).
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