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4. - LA CORAZA DE LA CARIDAD 49 que habitualmente tienen de ver glorificado al Padre celestial y para ello, en cuanto les sea posible, no dejan pasar nada que pueda servirles para difundir el reino de Dios; el contemplarlas orando continuamente al Padre con las mis– mas palabras del divino Maestro: Padre nuestro... renga tu reino» (29-12-1914, n, 289). Otra idea clarificadora de la naturaleza del amor sobrenatural es ésta. Puesto que su objeto primario es inalcanzable en este mundo, el alma que de verdad ama no se aquietará plenamente a no ser en la visión beatífica; su tendencia hacia el Sumo Bien exige un esfuerzo continuamente renovado para acercarse cada vez más a él. Por lo mismo el alma no debe desanimarse ni lamentarse por no poseerlo todavía plenamente, teniendo en cuenta que ello es imposible, mien– tras se ama en el destierro. «Amáis a este ternísimo Esposo, pero ello os parece bien poca cosa, por– que desearíais amarlo con un amor más perfecto y consumado. A nosotros, miserables y desventurados mortales, este amor, al menos en su total plenitud sólo se nos concederá en la otra vida. ¡ Miserable condición de nuestra huma– na naturaleza!» (19-5-1914, H, 91). - «Tú sabes que el amor perfecto se adquiere, cuando se llega a poseer el objeto de este amor que es Dios mismo; pero Dios sólo podrá poseerse de una manera total y perfecta en la patria, no en el destierro. Por tanto como al alma no se le da la posesión total de Dios en el destierro, tampoco el amor podrá poseerse de modo consumado, mientras el alma tenga que peregrinar por esta tierra. Por consiguiente si así es nuestra condición, ¿por qué tantas ansias fati– gosas y desconsuelos inútiles? Desea y desea siempre; pero con mayor con– fianza y sin temor alguno» (l l-4-1918, Hl, 721, cf. 15-12-1916, III, 555; 14-12- 19 l6, 111, 665). - «Quien ama, sufre. El amor aún no satisfecho es un tormento, pero un tor– mento dulcísimo. Continúa. pues, envuelta en este misterio de amor y de dolor hasta que a Jesús le plazca. Esta situación es siempre pasajera; llegará el con– suelo divino, completo, inamisible»' (4-6-1918, HI, 861). Pero no se crea que esta tensión continúa sin jamás llegar a la meta sea contraria a la perfección de la caridad que Dios puede exi– gir al alma. A pesar de todo se debe aspirar a amar a Dios con toda aquella plenitud y radicalidad que exige y es posible, y es su manda– to también durante el destierro. Y es posible, porque Dios no nos ha mandado amarlo cuanto él es digno de ser amado, sino en el grado y el modo con que nosotros podemos hacerlo.

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