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42 11. - LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES «¿Cómo dudarlo? ¿No es él nuestro Dios fiel más que los hombres para no permitir que seamos probados sobre nuestras fuerzas?» (6-8-1915, !II, 92). - «Tenga la navecilla de vuestro espíritu el áncora fuerte de la confianza en la bondad divina y tened presente delante de los ojos del espíritu esta promesa de Dios, que quien confía en él no será confundido» (27-8-1915, m, 95). - «No temer el que arrecien las tempestades, porque la navecilla de tu espíritu jamás será hundida. Los cielos y la tierra cambiarán, pero la palabra de Dios que nos asegura que quien obedece cantará victoria, no cambiará, permane– cerá siempre escrita con caracteres imborrables en el libro de la vida: Yo sub– sistiré siempre» (8-9-16, m, 247). «A Dios debes recurrir en los asaltos del enemigo, esperar en él y de él esperar todo bien» (2-3-1917, III, 414). «Que te reanime a enfrentarte con la guerra, que satanás te declara, el dulce y reconfortante pensamiento de que reportarás de esta prueba la destrucción del reino de satanás y una corona inmarcesible de gozo eterno en el reino de Dios» (s.d., III, 649). «No anticipes con la aprensión los accidentes de esta vida, sino con una per– fecta esperanza de que a medida que sobrevengan, Dios, de quien eres, te librará: él te ha defendido hasta el presente; procura agarrarte bien a la mano de su providencia y él te ayudará en todas las ocasiones, y cuando no puedas caminar, él te conducirá. No temas» (23-4-1918, III, 726). - (<El descanso está reservado para el cielo, donde nos espera la palma del triunfo. En la tierra hay que combatir siempre entre la esperanza y el temor pero de acuerdo con que la esperanza sea cada vez más fuerte, teniendo siem– pre presente la omnipotencia de quien nos socorre» (11-6-1918, III, 736). - «¿Quizás el Señor no ha prometido que será fiel y jamás permitirá el ser superado?(...). Y ¿cómo persuadirnos de lo contrario? ¿No es él nuestro buen Dios sobre todos nuestros pensamientos? ¿No está él más interesado que nosotros en nuestra salvación? ¿Cuántas veces nos ha dado prueba de ello? ¿Cuántos triunfos habéis alcanzado sobre vuestros poderosos enemigos y sobre vos misma, gracias a la asistencia divina, sin la cual inevitablemente hubieras sido vencida? Pensemos en el amor que Jesús nos tiene y en su interés por nuestro bienestar, y estemos tranquilos, no dudando de que él con cuidado paternal nos asistirá siempre contra todos nuestros enemigos. Si dependiera de nosotros el estar en pie, ¡oh! no estaríamos nunca. Al primer soplo con toda seguridad caeríamos sin esperanza de rehacernos. Cuanto más se multiplican los enemigos, más debéis abandonaros confiada en el Señor. El os sostendrá siempre con su brazo potentísimo, para que no tropecéis» (28-7- 1914, II, 140).

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