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3. - EL YELMO DE LA ESPERANZA 39 Creedme, para vivir contentos en esta peregrinación, es preciso tener a la vista la llegada a nuestra patria, donde permaneceremos eternamente y mien– tras tanto creer con firmeza, porque es cierto que Dios que nos llama, mira cómo vamos hacia él, y jamás permitirá que nos ocurra cosa alguna que no sea para nuestro mayor bien. El sabe cómo somos y nos tenderá su mano en nues– tros pasos mal dados, a fin de que no nos entretenga cosa alguna en nuestro veloz camino hacia él; pero, para gozar de esta gracia, se precisa una completa confianza en él» (23-4-1918, m, 725). c. - Elementos constitutivos No hay duda de que la esperanza teologal se apoya en sólidos y válidos fundamentos y no es difícil descubrir sus elementos constitu– tivos. El alma debe ardientemente desear e intensamente amar a Dios, como a su único y sumo Bien. Supuesta nuestra humana natu– raleza, este amor y este deseo no excluyen la que puede interesar útilmente a la persona, como serían los bienes temporales, la salud, los medios idóneos para alcanzar el fin. Esto no obstante, conocien– do la sublimidad de la visión beatífica y la debilidad y la despropor– ción de las fuerzas humanas, es instintivo y casi natural el miedo y la desconfianza de poder conseguirla y de acertar de manera conve– niente con los medios útiles y necesarios. Por ello cuentan la con– fianza y el descanso en la bo~dad de Dios, en su omnipotencia y en su misericordia. Porque Dios es sumamente bueno, no negará lo que conviene y porque es omnipotente, encontrará siempre la manera de superar todas las dificultades y de remover todos los obstáculos. Esta constatación debe originar en el alma una confianza filial que honra a Dios y hace que el hombre desconfíe siempre de sus fuerzas, al par que hace desaparecer vigorosamente dudas, incertidumbres y temores. Con facilidad el lector podrá descubrir estas y otras verdades en los textos siguientes, seleccionados de las cartas del P. Pío. «Confiad en Dios y esperad en su bondad paternal, que se hará la luz. Alzad la mente llena de fe a la patria celestial y a ella dirijamos todas nuestras palpi– taciones y aspiraciones» (15-8-1914, ll, 154). «Tened confianza ilimitada en la bondad divina, que la victoria será segurísi– ma. ¿No es él nuestro Dios interesado más que nosotros mismos de nuestra salvación? ¿No es él más fuerte que el mismo infierno? ¿Quién podrá resistir y vencer al monarca de los cielos? ¿Qué son el mundo, el demonio y la carne, todos nuestros enemigos delante del Señor?» (25-4-1914, IL 79).
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