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2. - EL ESCUDO DE LA FE 33 de dos puntos trascendentales para avanzar por los caminos de la propia santificación. Ante todo el alma guiada por el espíritu de fe sabe que se sirve de un arma, garantía de la victoria: « Y esta es la victoria que vence al mundo, vuestra fe» ( 1 Jn. 5, 4). En las batallas del espíritu no cuen– tan preferentemente los medios naturales y humanos, que son de una eficacia limitada, sino más bien los medios sobrenaturales y tras– cendentes; se actúa en Dios y con Dios, que ha empeñado su pala– bra. Y es lo que el alma nunca debe olvidar: «Tened calma y reavivad vuestra fe, vuestra confianza en Dios. Sed humil– des y sumisas a la voluntad divina y nada podrá hacer daño a vuestro espíritu» (30-10-1915, 111, 149). - «Sí, hija mía, no te desanimes si el estado de prueba va siempre "in crescen– do". Tú crees y pon tu corazón en alto, y puedes estar segura, de que no hay temor de pérdida» (22-10-1916, m, 400). « Reavivad siempre vuestra fe y nunca la abandonéis, que ella no abandona jamás al hombre, y mucho menos al alma que con vehemencia desea amar a Dios (28-2-1915, 11,361). - «¡Arriba, arriba los corazones! Ascendamos hasta el trono de Dios; aquí no se combate con la fuerza del cuerpo, sino con la virtud del alma; aquí se alza a la victoria no con armas de acero, sino con la oración; aquí la fe mantiene has– ta el fin de la prueba(...). Avivemos nuestra fe y tengamos presente la estrepi– tosa victoria registrada en las páginas sagradas» (l 4-I0-1915, II, 517). Además quien vive de la fe aprende a contemplarlo todo según el talante de la visión de Dios; descubre el modo de regularse en conformidad con los principios evangélicos y por tanto todo lo juz– ga, personas, cosas y los acontecimientos, las realidades contingen– tes y transitorias a través de una óptica sobrenatural. Y así la fe es la guía segura para pensar y hablar, para amar y actuar. -- « Dispongámonos siempre a reconocer en todos los acontecimientos de la vida el orden sapientísimo de la divina providencia, adorémosla y hagamos que nuestra voluntad siempre y en todo esté informada de la de Dios, que así glorificaremos al Padre celestial y todo nos será ventajoso para la vida eterna» (23-2-19 l5, 11, 341 ). «En todos los sucesos de la vida reconozcamos la divina voluntad, adoradla, bendecidla. Especialmente en las cosas más duras para vosotras, no seáis solí– citas en buscar la liberación» (4-3- I915, II, 570).
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