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EL ESP1RITU S El conocimiento de la teología del Espíritu Santo es indispensa– ble para cualquiera que pretenda dedicarse con éxito a formar las almas con solidez en la virtud y a dirigirlas sabia y seguramente hacia la intimidad divina en la perfección de la caridad. Repitamos una vez más que el P. Pío no ha intentado ofrecer una teoría elaborada de manera sistemática acerca de la acción de la tercera persona de la Santísima Trinidad; pero es muy cierto que sus enseñanzas difundidas a lo largo de sus cartas hacen referencia a puntos sustanciales de su actividad permanente y preeminente en el organismo sobrenatural. Desde la inhabitación como presencia sen– tida y profunda, en el centro del alma convertida en templo augusto de la beatísima Trinidad, hasta sus dones que perfeccionan y facili– tan el ejercicio de las virtudes teologales, impulsando a recorrer de modo más rápido y expedito los caminos de la santidad; desde las manifestaciones especiales, o carismas, en orden a la santificación del propio estado, hasta las bienaventuranzas y frutos o actos que producen un gozo indescriptible y un gusto tan suave y deleitable que hace olvidar todas las realidades temporales y pasajeras. Se puede afirmar que todos los múltiples aspectos de su activi– dad, que forman una gama bastante variada y rica de realizaciones concretas, se reflejan en la correspondencia epistolar. El P. Pío, guiado por su propia experiencia personal, además de la gracia ilu– minadora del mismo divino Espíritu, daba a conocer a las almas lo que para ellas significaba su divina intimidad y también cuáles eran sus exigencias.
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