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4. -IMITACIÓN 97 Jesús. La prueba más cierta del amor es la de padecer por el amado, y después que el Hijo de Dios padeció tantos dolores por puro amor no hay duda alguna de que la Cruz llevada por Él se hace amable como el amor. La santísima Vir– gen nos alcance el amor a la Cruz, a los sufrimientos, a los dolores, y puesto que fue la primera que practicó el Evangelio -aun antes de que se publicara– con toda perfección y exactitud, haga que nosotros nos decidamos a lo mismo y nos dé el impulso para seguirla muy de cerca» (1-7-1915, Epist. I, 602). Los mismos conceptos insinuados por el P. Pío a su director espiritual, aparecen diversamente iluminados en las cartas a las hijas espirituales. Maria santísima es la guía insuperable para seguir a Jesús por la vía dolorosa. - «La Virgen dolorosa os alcance de su santísimo Hijo el verdadero y sincero amor a la Cruz y embriague de ella vuestra alma» ( l0-4-1915, II, 393). - «María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, os haga entender todo cuanto encierra el secreto del dolor, cristianamente soportado y os alcance toda la fuerrn necesaria para poder subir hasta la cumbre del Calvario, cargada con la propia cruz» (4-8-1915, II, 470). «Tú eres enteramente de Jesús, que nada, pues, te retenga para abandonar– te totalmente en poder de su providencia. Permanece así entre las tinieblas de la pasión. Y digo entre estas tinieblas, puesto que te dejo para que consideres a la santísima Virgen y a san Juan, quienes estando al píe de la Cruz entre espan– tables tinieblas, ya no escuchaban a nuestro Señor, ni lo veían y no tenían más sentimiento que la pena y la tristeza. Y aun cuando les animaba la fe, ésta esta– ba también en tinieblas, ya que era necesario el que participaran del abandono de nuestro Señor. Consideraos felices al estar en una compañia tan dulce sin comprenderlo!» (24-12-1917, m, 176). «Acuérdate de lo que ocurría en el corazón de nuestra Madre celestial al pie de la Cruz. Ella por la intensidad del dolor permaneció petrificada junto al Hijo crucificado; pero no se puede decir que estuviese abandonada... (cf 106). Al contrario, ¿cuándo la amó más que cuando sufría y no podía llorar? Con– suélate, pues, y resígnate a entrar en la noche sin atemorizarte» (26-5-1918, III, 189). ¡Oh! qué bueno sería -dijo S. Pedro- quedarnos aquí, a la vista de la transfiguración del Señor ( Me. 9,5). -Pero antes de exclamar con S. Pedro– «¡ Oh! ¡ qué bueno sería quedarnos aquí!», es preciso primero subir al Calva– rio, donde no hay más que muerte, clavos, espinas, impotencia, tinieblas, abandonos y desfallecimientos. Amemos, pues, a un Dios crucificado entre las tinieblas. Mantengámonos cerca de Él. Digámosle: «Ayúdame a permane– cer aquí»; hagamos tres tiendas; una para nuestro Señor, otra para nuestra Señora, la Virgen, su Madre y nuestra Madre, y la tercera para S. Juan, el

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