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96 ESPIRITUALIDAD MARIANA miembros ateridos de frío. Ahora bien, dime ¿no habrías preferido estar en el pesebre y escuchar los gritos infantiles . Y escribiendo a otra hija espiritual se refiere a esto mismo y con idénticas palabras: «Recordad que una cosa es necesaria: estar cerca de Jesús. Decidme, bien sabéis que en el nacimiento de nuestro Señor los pastores escucharon los cán– ticos angélicos. Lo dice la escritura, pero no dice que la Virgen su Madre S. José que estaban más próximos al Niño, oyesen las voces de los ángeles y ran aquellos milagrosos resplandores. Por el contrario, en vez de oir cantar a los ángeles, oían llorar al Niño y vieron a través de una luz procedente de una lámpara ruin, los ojos de este divino Infante bañados en lágrimas, y tiritando de frío. Ahora os pregunto ¿no habríais elegido estar en el establo oscuro y lle– no de gritos del Niño, mejor que con los pastores y fuera de vosotros por el júbilo y la alegría de la música celestial y de la belleza de este admirable res– plandor? Ciertamente que sí. Y habríais exclamado con S. Pedro: i Qué bien estamos aquí! (Jn. 13,15). Ahora os encontrais si no junto a Jesús Niño en la gruta de Belén, más aún, no estais en el Tabor con S. Pedro, sino en lo alto del Calvario con las Marías, donde no veis más que muerte, clavos, espinas, impo– tencia, extrañas tinieblas y abandonos. Por tanto os ruego que améis la cuna del Niño de Belén, el Calvario del Dios crucificado en medio de las tinieblas; estad junto a él con la seguridad de que Jesús está en medio de vuestros cora– zones más de lo que podéis creer e imaginar» (1-1O-1917, III, 565). Junto al pesebre, en el momento de Navidad de Jesús, Maria santísima se presenta como modelo de la intimidad divina; junto a la cruz el día de la muerte nos enseña a todos cómo debemos portar– nos frente al dolor y a las amarguras de la vida. Era éste un tema muy en el corazón del P. Pío. La Virgen dolorosa refleja un aspecto singularisimo de su espiritualidad, como participación en el misterio de la cruz. La Dolorosa fue maestra de su continuo sufrimiento y de su intenso dolor. Alentado por la Madre dolorosa llevó la cruz y pe– netró a fondo en la realidad de la pasión de Jesús, aprendiendo la actitud que se ha de adoptar frente al sufrimiento, que atormenta el cuerpo y el alma para dar al dolor un valor corredentor y salvífico. De la Virgen dolorosa había aprendido el programa expuesto a su director espiritual y que después expondría a sus hijas espirituales: «Sea esa Cruz también para nosotros siempre el lecho de nuestro descan– so, la escuela de perfección, nuestra herencia amada... La Virgen dolorosa nos alcance con su santísimo Hijo el que logremos penetrar cada vez más en el misterio de la Cruz y nos haga embriagarnos con ella de los sufrimientos de

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