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4. - IMITACIÓN 95 a entender los dos fragmentos siguientes escritos a dos de sus hijas espirituales. «Huid, huid de la más mínima sombra que os haga tener un concepto ele– vado de vos misma. Reflexionad y tened siempre presente la humildad de la Madre de Dios y Madre nuestra, que, a medida que en ella crecían los dones celestiales más se humillaba tanto que en el mismo momento en que el Espíri– tu Santo la envolvió con su sombra, haciéndola Madre del Hijo de Dios, pudo decir: He aquí la esclava del Señor¿. Lo mismo pudo expresar esta nuestra tan querida Madre, en la casa de Isabel, cuando ya llevaba en su seno al Verbo hecho carne. Al crecimiento de los dones, que crezca vuestra humildad, pen– sando que todo se nos da en préstamo. Con el crecimiento de los dones vaya siempre unido vuestro humilde reconocimiento hacia tan insigne bienhechor, prorrumpiendo en cánticos de acción de gracias» (13-5-1915, II, 419). «Consideraos siempre en el último lugar entre los amantes del Señor, juz– gando a todos mejores que vos. Revestíos de humildad hacia los demás, por– que Dios resiste a los soberbios, y da la gracia a los humildes. Cuanto más crezcan en vuestra alma las gracias y los favores de Jesús, tanto más debéis humillaros, recordando siempre la humildad de nuestra Madre celestial, la cual en el mismo instante en que llega a ser Madre de Dios, se reconoce sierva y esclava del mismo Dios» (29-1-1915, Ul, 49). b. - Actitudes No se deben separar de las virtudes, de las que Maria se muestra madre y maestra, las actitudes de la misma adoptadas en ciertos momentos especiales de su vida y que servirán de orientación a las almas que puedan encontrarse en parecidas circunstancias. Si el alma desea de verdad disfrutar de la intimidad con Jesús y evitar posibles y lamentables desviaciones, no hay nada más seguro que tener en cuenta a María, modelo perfectísimo e inalcanzable de esta intimidad. - «Nosotros deseamos ahora esto, ahora aquello, y aun cuando tengamos a Jesús en nuestro pecho, nunca estamos contentos, y eso que él es lo más que podemos desear. Sólo una cosa es necesaria: estar cerca de él. Dime, tú sabes bien que en la Navidad de nuestro Señor los pastores oyeron el cántico angéli– co y divino de los espíritus celestes; esto no obstante, no se dice que la santísi– ma Virgen y san José, que estaban más próximos al divino Niño, oyeran la voz y el canto de los ángeles, o que vieran alguna luz milagrosa. Al contrario, en vez de oir cantar a los ángeles, oyeron llorar al celestial Niño y vieron, a través de una elemental lámpara, sus ojos humedecidos de lágrimas, y sus delicados

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