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por propia experiencia que Cristo vela y conduce la navecilla del alma, aunque se finja dormido para probar nuestra fe. El «proyecto de vida sacerdotal» se realiza siempre -tanto a nivel personal como en su proyección a los di– versos campos del apostolado-- mediante la oración. Con– vertirse significa, en conclusión: - permanecer siempre en orac1on, sin desfallecer; vigilar sobre sí mismo para no ser sorprendidos por la tentación, por la propia fragilidad, por los sentidos que rehúyen el recogimiento, por la dis– persión hacia el exterior del alma. Y por esta misma razón: debemos encontrar siempre tiempo para orar, y, en todo caso, si no lo encontramos por el exceso de ocupaciones pastorales, habría que «crearlo» 20 . Es una cuestión frontal y decisiva: Dios es el único valor absoluto de la existencia sacerdotal. La única equivocación seria es no ser santo. La mayor tristeza es no ser entera– mente -hasta la entraña del propio ser- de Dios. La santi– dad es un compromiso irrevocable. Y para ser santos la ora– ción es necesaria. Lo recuerda el Papa con insistencia: «Mi invitación de hoy es una invitación a orar. Sólo en la oración podremos cumplir con los deberes de nues– tro ministerio y responder a las esperanzas del mañana. Todas nuestras llamadas a la paz y_ a la reconciliación sólo tendrán eficacia por la oración» 21 . El sacerdote que no recala en la profundidad de su ser y de su conciencia es presa fácil del activismo, que lo descen– tra; con pretexto de las múltiples actividades apostólicas, de la prisa alocada que le urge y solicita de innumerables modos; del impacto de las realizaciones puramente tempo– rales; del cansancio que desgasta su espíritu; del olvido peli– groso de sí mismo. La vida apostólica supone a más corto o largo plazo el desgaste de muchas energías, y hay que con- 20 El Sacerdocio de Jesucristo. A los sacerdotes, religiosos y religiosas, en Maynooth (l/X/1979), p.330. 21 Ibid. 99

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