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Lo realmente importante -y decisivo en el plano perso– nal y en el testimonio eclesial- es la opción seria, entu– siasta e irrevocable por la santidad. Es el apasionamiento por Cristo y por las almas que crea un clima contagioso de generosidad y entrega hasta detalles mínimos en apariencia, pero de enorme trascendencia espiritual. Lo dice expresamente Juan Pablo II: «Pero hay también conversiones cotidianas que apa– rentemente pasan casi inadvertidas y se refieren a pro– blemas en apariencia pequeños, y, sin embarfo, impor– tantes para el desarrollo del alma humana...» 1 La dinámica de la conversión exige una seria revisión de vida. Hay que examinar a la luz de Dios las actitudes básicas y el comportamiento en la dirección de Dios, Creador, Salva– dor y Santificador; con referencia al prójimo que le ha sido espiritualmente encomendado y con relación a sí mismo. En rigor, la conversión «nos hace reflexionar sobre nuestras relaciones con 'nues– tro Padre' y restablece el orden que debe reinar entre hermanos y hermanas; ... nos hace corresponsables los unos de los otros, nos arranca de nuestros egoísmos, de nuestras pequeñeces, de nuestras mezquindades, de nues– tro orgullo; nos aclara y nos hace comprender mejor que nosotros, a ejemplo de Cristo, debemos servir» 15 • Y esta reflexión nos adentra en el misterio de la misión. El sacerdote ha sido llamado y enviado «para servir». La vocación es una llamada hacia la apertura interior «hacia los hermanos», que son todos los hombres. La apertura a Cristo exige la apertura hacia el prójimo: «Cada uno, pues, debe mirarse en los dos aspectos del destino de esta llamada. Cristo exige de mí una aper– tura hacia el otro. Pero ¿hacia qué otro? ¡Hacia el que está aquí, en este momento! No se puede 'aplazar' esta llamada de Cristo a un momento indefinido, en el que aparecerá el mendigo 'calificado' y tenderá la mano» 16 • 14 Dios llama a cada persona p.31-32. 15 Un tiempo de verdad. Mensaje del Santo Padre para la cuaresma de 1981 (2/II/1981), p.41. 16 Servir a los demás. Audiencia general (4/IV/1979), p.124. 96
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