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Pecado y gracia, hombre «v1eJo» y hombre «nuevo», hombre «carnal» y hombre «espiritual», resistencia y docili– dad, alejamiento y retorno. Está declarada la guerra. El hombre triunfará en la medida en que esté unido a Cristo y fortalecido por Cristo. Queda así perfectamente aclarado que la conversión es un «don» de Dios. Sí, la conversión «es un don de Dios, que el hombre debe pedir con fer– viente oración y que nos ha merecido Cristo, 'nuevo Adán'» 7 • Con el reflector de Dios -luz y salvación-, el hombre, el mundo, los hermanos se imponen a la conciencia del sacerdo– te con una luz nueva, en su más puro y profundo sentido teo– logal: «La conversión es una iluminación especial, que nos hace ver de modo nuevo a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos. Así, de maneras diversas, Jesucristo se da a conocer a los distintos hombres y a las sociedades en el curso de los tiempos y en diversos lugares. Los que lo siguen lo hacen porque han encontrado en El la luz y la salvación: 'El Señor es mi luz y mi salvación'» 8 • La conversión es un retorno a la casa del Padre. Es el «re-encuentro» de las dos cosas más impresionantemente es– tremecedoras del mundo: del hombre, con sus lágrimas de dolor y de amor, y de Dios, con su infinito amor y miseri– cordia. El hombre, frágil y pecador, es un hambriento insa– ciable de bondad y misericordia. Y vive inquieto, turbado y angustiado hasta que cae, con impetuoso llanto, en los brazos del Padre: 7 Ibid. «La conversión consiste siempre en descubrir su mise– ricordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre, el amor al que 'Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo' (2 Cor 1,3), es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del 'reen– cuentro' de ese Padre, rico en misericordia» (13) 9 • 8 La luz de Cristo. Homilía en la parroquia romana de Santa Gala (25/I/1981), p.27. 9 Tiempo fuerte, tiempo santo. Homilía en el Miércoles de Ceniza, en Santa Sabina (4/III/1981), p.84. 92

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