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cultivo placentero de lo sensible que lo atrae con su fascina– ción. Está hecho de la arcilla de la tierra y siente la ley de gravedad que lo atrae hacia la materia: malas inclinaciones, visión hedonista de la vida, instalación en la comodidad y en la pereza. Desde una óptica meramente natural, el hombre puede formarse una mentalidad mundana y pagana. Es de– cir, puede estructurar su vida a base de criterios mundanos y de juicios de valor que no rebasan la razón natural, seria– mente herida por el pecado original. La primera exigencia de la conversión es «abandonar» la mentalidad mundana y pagana. Esta ruptura con el mundo anterior es imprescindible, pero insuficiente. A continua– ción, se impone la bella tarea del cambio a mejor: hay que cambiar la mentalidad profana por la mentalidad de Cristo, que consiste en ver el mundo, los acontecimientos, la propia existencia «desde Dios», con los ojos de Cristo, y enjuiciar y valorar la historia y el acontecer personal «desde Cristo». El sacerdote tiene que dejarse cautivar y «apresar» por el pen– samiento de Cristo. El final de este proceso es la «aceptación» incondicional de Cristo, con una acogida amorosa de su persona y con un compromiso leal con su mensaje. Y esto con un santo radi– calismo evangélico: toda su persona, todo su mensaje, todas sus exigencias, todo el tiempo de la vida, todos los latidos del corazón. Es un proceso temporal y psicológico. Los tres mo– mentos de la conversión: abandono, cambio y aceptación, pueden entrecruzarse como las corrientes marinas en el fondo del alma. «La conversión es un paso casi gradual, eficaz, conti– nuo, del 'viejo' Adán al 'nuevo', que es Cristo ... El cristiano, fuerte con la fuerza que le viene de Cristo, se aleja cada vez más del pecado, de los pecados concretos, mortales o veniales, superando las malas incli– naciones, los vicios, el pecado habitual, y, al obrar así, hará cada vez más débil el fornes del pecado, esto es, la triste herencia de la desobediencia originaria. Esto ocurre en la medida en que abunda en nosotros cada vez más la gracia, don de Dios, concedido por los méritos de un solo hombre, Jesucristo» (Rom 5,15) 6 • 6 La conversión interior p.87. 91

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