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tónomo de su libertad, con independencia de las normas y del mismo Creador, sofoca la verdad sobre sí mismo y cam– bia la libertad verdadera por meras «apariencias». La liber– tad «ilimitada» es puramente «apariencia». La única actitud razonable del espíritu es la humildad y la penitencia. El hombre honrado tiene que reconocer que es pecador -frágil caña agitada por todos los vientos- y que necesita cambiar urgentemente sus modos de ser y su comportamiento. Debe reconocer que necesita convertirse, cambiar, rehabilitarse: «La Sagrada Escritura presenta la vida del hombre en sus relaciones con Dios como una continua conversión in– terior, en cuanto que Dios, en su infinito amor, llama al hombre a vivir en comunión con EL Pero el hombre es frágil, débil, pecador; por lo tanto, para ponerse en co– munión con Dios tiene necesidad de una actitud de hu– mildad y penitencia; debe orientarse hacia Dios, 'buscar el rostro de Dios' (Os 5,15; Sal 24,6); debe invertir el ca– mino que lo lleva hacia el mal; cambiar el propio com– portamiento ético; cambiar incluso concepciones y modos de pensar individuales, que estén en oposición a la volun– tad y a la palabra de Dios» 4 • Estamos penetrando en los centros neurálgicos del pro– blema. La conversión afecta al sacerdote en las profundi– dades del ser. Es una metamorfosis «integral». Como el ac– tuar sigue al ser, es la concepción del mundo y del propio ser, es la mentalidad lo que tiene que cambiar en un pro– ceso riguroso de purificación y de ambientación en clave de Evangelio: «Es necesario, ante todo, abandonar la mentalidad mundana y pagana. Es necesario, después, cambiar la mentalidad mun– dana y terrestre en la mentalidad de Cristo. Es necesario, finalmente, aceptar todo el mensaje de Cristo, sin reducciones de comodidad, y de vivir según su ejemplo» 5 • El hombre tiene innumerables y profundas raíces en el instinto. Si no mantiene la guardia, tiende por naturaleza al 4 La conversión interior. Homilía en la parroquia de San Juan Bautista de los Florentinos, en Roma (8/III/1981), p.87. 5 El sentido de la vida humana p.274. 90

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