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poso. Es un reto a construir existencialmente el proyecto de vida, a encarnarlo, a darle nervio y musculatura, ropaje y emoción. Como es lógico, este proceso supone un gran esfuerzo que mantiene en tensión los sentidos, las potencias, la ima– ginación, la intuición: el alma entera. Hay que combatir las exigencias descaradas del hombre carnal para frenarlo, do– mesticarlo y hacerlo instrumento útil al servicio del espíritu. Porque sin una mentalización para la ascesis, para la lucha, la mortificación y la cruz, la carne rebelde, enfermiza y frá– gil se echa a sestear plácidamente. Por eso, el «proyecto de vida sacerdotal» se descubre en el camino, se ratifica en la «mesa» y adquiere pleno sentido en la cruz. Culmina en la santidad, pero empieza en la con– versión. La conversión constituye una aventura apasionante, de maniobras conjuntas de Dios y del hombre. Dios plani– fica toda la operación, escoge el terreno de las prácticas, di– rige los entrenamientos y exige un esfuerzo, que puede lle– gar hasta el agotamiento, para que el hombre se ponga «en forma» y rinda todo lo que Dios exija en cada circunstancia. Dios tiene derecho a exigirlo todo porque lo ha dado todo. Nobleza obliga. Amor, con amor se paga. La conversión es una aventura personal, una experiencia personal irrepetible. Dios es siempre original y desconcer– tante. Sus planes son distintos de los del hombre y rebasan siempre al hombre, limitado, contingente e imperfecto. Por otra parte, Dios se vuelca en cada hombre con infinito amor, como si no existiera más que este hombre en el mundo. De aquí nace la variedad, la pluralidad, la riqueza y la belleza de las obras de Dios. Por eso son tan hermosas las historias de los conversos. Sin embargo, dentro de esta irrepetibilidad, la conver– sión tiene una estrategia, unos métodos y unas coordenadas. La conversión gira siempre en torno a Cristo, que descubre y explica el sentido total de la existencia. Convertirse significa, ante todo: «Captar el significado de Cristo en nuestra existencia humana y encarnarlo en nuestra vida» 1 . 1 El sentido de la vida humana. Homilía al Centro Italiano della Solida– rieta (SNIII/1979), p.274. 88

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